Lo primero en sorprenderme tras la
lectura de I Remember de Joe Brainard y Je me souviens de George Perec (Me
acuerdo, indistintamente en castellano) fue reconocer la cantidad de cosas, momentos,
gentes (gentes haciendo cosas en un momento) de las cuales nos podemos acordar
puestos a ello. Pero enseguida me di cuenta (así lo creo ahora) de que
semejante esfuerzo –y un auténtico quebradero de cabeza- nemotécnico a lo peor
estuvo provocado por la desasosegante convicción extrema de estar olvidando
algo. Algo que, precisamente, constituía el objetivo de la búsqueda inicial y
cuya rememoración les habría librado, tanto a Joe como a George, de la tarea de
vivir en los recuerdos.
Pensé, igualmente, a la par, en lo más
opuesto. Si no sería que Brainard, Perec, los dos o uno sí y otro no, motivados
por un aburrirse repentino se dijeron: A
ver de qué no me acuerdo hoy. Echando entonces a enumerar las cosas, los
momentos, las gentes que, en efecto, recordaban y así, recuerda recordando,
alcanzar el límite magnífico del olvido. Extremo a todas luces imposible, pero
mucho más alentador por cuanto el olvido es como la línea del horizonte,
siempre manteniéndose a la misma y prudente distancia de uno.
¿No dará igual?, me dije justo al
comprender que, en efecto, parecía dar igual. De ninguna de las dos manera se
alcanza una recompensa cierta, pues sucede que si los recuerdos son infinitos,
los olvidos también. Cuatrocientos ochenta (el libro viene numerado) son los
recuerdos de George Perec. Mil trescientos noventa y cinco (los conté yo mismo)
los pertenecientes a Joe Brainard. Ninguno se repite, aunque no se lo puedo
asegurar. Si a ellos se les suman los de cada uno, teniendo en cuenta que la
población mundial actual, según google, es de 6.973.738.433 unos y unas, más
los recuerdos que ya constan en las memorias de los muertos, ya me dirán si la
linde no supera, incluso, la infinitud. Y respecto a los olvidos, ¿cómo
contarlos si es que en lugar de sumar se restan, una vez vueltos recuerdos, de
un total que sigue siendo inciertamente el mismo?
Bueno ¿y que? Pues que sólo cabe
volver a empezar. Empezar siempre desde eso que solemos llamar ‘la mente en
blanco’ y es, en realidad, el vacío del instante. El primer recuerdo: lo
blanco.
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