jueves, 20 de junio de 2013

DONDE NO ME LLAMAN




No entiendo mucho de economía. Mejor aún: no entiendo absolutamente nada, lo cual ni parece suponer un inconveniente, sino todo lo contrario para empezar a liar la hebra de aquello de lo que la economía habla. Esto así, así ocurre, porque cuantos hablan de economía lo hacen en tercera persona: es decir, hablan, con total preferencia, de las economías de los otros, poniendo buen cuidado en dejar las suyas a salvo de habladurías. Admitamos, una vez puestos, que cuenta entre los atributos fundamentales de las ciencias, mantener una inequívoca distancia respecto al objeto de su estudio a fin de que el peso del interés propio (tratado con el eufemismo de ‘cortedad de miras’) no lastre la presumible objetividad del resultado. Al caso, la posición de los economistas (titulados en Economía), a más de rigurosa resalta por modélica. No sólo está presente el distanciamiento (¿indiferencia) antes y durante la gestación de sus discursos, sino que luego, una vez esos discursos suyos alcanzan la categoría de dogma inexcusables, siguen firmes, impasible el ademán, en ella, no vaya a considerarse, pese a tan inmaculados esfuerzos, la existencia de cierta premeditación y hasta alevosía (cautela en la comisión de los hechos) en la formalización de sus dictámenes. Mas dejémonos de galimatías de una vez y hablemos, pues de eso se trata, de lo que nos trajo hasta aquí, bien sin mucho avío para ello, con el alivio de saber que son los expertos (economistas expertos: una redundancia) del Fondo Monetario Internacional, y no nos nosotros mismos, quienes nos ponen en tal brete.

El miércoles, por el miércoles pasado, arribaron a Madrid los hombres de negro (Un home gris, malcarat, bastant trist /va a arribar no dire d’on / tan se val, tot és món, cantaba no hace tanto de ello Quico Pi de la Serra, pues la poesía anda siempre dos copas por delante), y una vez en Madrid -supongo que tras catar del cocido madrileño, de modo que andaban algo pesados de digestión y pensamiento- ya nos dijeron a qué venía su visita. Que hay que rebajar los salarios, dijeron. Que mejor forzar algunos incentivos fiscales a través de reducciones inmediatas en las cotizaciones a la Seguridad Social compensadas por incrementos en la recaudación por imposición indirecta en el medio plazo, no se cortaron. Todo lo cual serviría, ‘salvo buen fin’, para rebajar el déficit del Estado, de España si concretamos.

¿Cómo?, me siento capaz de preguntarme desde un punto de vista que yo, en la ignorancia que les adelanté, creo estrictamente económico. Es muy sencillo: si con lo que ya gano no tengo para pagar lo que ya debo, o gano más o pago a la mitad y que la otra mitad se espere. En tanto esto segundo el FMI ni se lo plantea, es obvia la perentoriedad de lo primero: el Estado, España no se olviden, debe ganar más. Pero el problema sigue estando en el cómo, a lo cual el FMI responde de manera tan perogrullesca como canalla.

¿En qué medida una rebaja en los salarios puede aumentar los ingresos del Estado (España) y no, como el sentido común en un primer momento nos haría suponer, rebajarlos? Para muestra, un botón: la supresión de la paga extra de Navidad a los funcionarios restó 407 millones de euros por la menor retención en la nómina. En resumen, a menos salarios, menos impuestos recaudados. Se me podría objetar: bueno, también se ahorraron la nómina y con ello compensaron. Posiblemente estén en lo cierto, mas en ningún caso eso no significa ganar más, que era de lo que se trataba y se sigue tratando (y por otra parte, ya me dirán cómo se ahorraron lo que era que no tenían, significado profundo de los recortes). Otro botón al respecto, este de parte de Cristóbal Montoro: el incremento del 1,2% de la recaudación por IRPF se produce "exclusivamente" por el incremento del impuesto. O sea, y resumiendo, parece muy creíble que si el común, los sujetos a salario, ganara más, también lo ganaría el Estado (España) y no al contrario.

¿Qué les lleva, visto lo visto, a los expertos de FMI a dictaminar que la rebaja salarial está en la base de la ficticia reducción del déficit estatal (español)? Pues que habría más gente trabajando y más gente pagando impuestos. Sí, claro, pero ¿cambiaría el monto final? ¿No sería un mero repartir la mierda? Si acaso la propuesta de los chicos (¡oye tú: hombretones!) del FMI nos dice de su buena intención, si no es de por sí mal intencionado, ideológico, el presuponer que el empresariado, una vez dueños del Mercao, van a reinvertir cuanto pudiesen ahorrarse en salarios en salarios ridiculizados, repartidos pero innecesarios, pues es el trabajo en sí lo que cada día empieza a contar menos en el precio final de la mercancía y, consecuentemente, en la ‘justificación racional’ del beneficio que por ella obtiene quien en ella no participa de modo alguno. Los empresarios, los grandes empresarios de hoy, aquí está el meollo de la cuestión, ya no tienen –o lo tienen en menor grado- el objetivo de la producción, sino la ‘búsqueda de rentas, es decir conseguir ingresos no como una recompensa a la creación de riqueza, sino a base de quedarse con una mayor porción de la riqueza que se habría producido de todas formas sin su esfuerzo. (Joseph E. Stiglitz. El precio de la desigualdad)

Hay –sigo con Stiglitz- dos formas de llegar a ser rico: crear riqueza o quitársela a los demás. La primera añade algo a la sociedad. La segunda habitualmente se lo resta, ya que en el proceso de apropiarse de la riqueza, una parte de ella se destruye. ¡Qué casualidad! Precisamente la parte destinada a  ser añadida a la sociedad. Así pues, ya me dirán qué va a hacer el Estado (España) para ganar más de lo que gana y de forma de cerrar la deuda con  los que –también es casualidad- buscaron y hallaron cómo no pagarle al Estado (España) para que el Estado (España) se endeudara.

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