Ya que empezar
exagerando: toda promesa es contrarrevolucionaria. En consecuencia, todo
programa político, en tanto Anunciación, acaba por resultar o bien un milagro o
bien un fraude. Para lo uno hay que creer. Para lo otro, basta con sentarse a
esperar.
Segunda exageración, desde la base sólida de que la literatura
será siempre la exageración de una sospecha o no será. Incluido, en lo
primero, ese programa de mínimos expresado por tantos y tantos más adalides del
buen obrar: La Anarquía es la más alta
expresión del Orden. Menuda gazmoñería. Si el Orden es [imaginable] lo es a
la fuerza o como representación [imagen de que uno se hace] perversa de la
conformidad con una existencia de la cual ha sido excluida hasta la más tosca y
elemental imaginación. En lo uno y en lo otro se está como espectador.
Lo que, sin embargo, no
resulta exagerado es el pensar que las
consecuencias concurren pese a todo. Incluso cuando se actúa ‘sin miras a’,
sobrepasando las ruinas hay el Alumbramiento de un mundo nuevo que, hasta el
presente, se venía reservando, inmaculado, en los corazones de sus gestores. Al
principio, la novedad apabulla, mientras el mundo permanece en su inmanencia. Luego,
una vez ‘la apariencia’ se hace firme, cuando lo borroso cobra nitidez, como en
el objetivo de una cámara fotográfica, se repentiza la cuestión en forma de
pregunta retórica, mejor signada con admiraciones que con interrogaciones: ¡Qué hay de nuevo, Viejo! Jamás las
ruinas alcanzan a ser suficientes. Nunca llegan las ruinas a incluir al ‘Arruinador’.
Alguien debe sobrevivir y
educar a la naciente criatura. Aun cuando, como cantaba Camarón, Confianza en el hombre no hay quien la
tenga. No hay quien la tenga, prima, no hay quien la tenga.
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