martes, 20 de diciembre de 2011

Soy un tonto y lo que he visto me ha hecho dos veces tonto. (Rafael Alberti)


Rajoy promete lo uno y lo otro sabedor de tener la reelección asegurada con sólo cumplir con la mitad de lo que anuncia.

Ha suprimido ‘los puentes’, de modo que todas las festividades móviles pasarán a cumplirse en lunes. Lunes de resurrección, podríamos llamarlo, así como el logro de una de las eternas aspiraciones de la clase obrera (mejor oficinista): no trabajar los lunes.

Con todo, se corre el peligro de quebrar el imaginario social basado, al respecto y fundamentalmente, en fechas religiosas que se esperaban, incluso en el seno del ateísmo más militante, con auténtica y fervorosa devoción.

Tres jueves tiene el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y Día de la Ascensión. Bueno que ahora vayan a ser los lunes, pero no es lo mismo. Antaño tales fechas centraban la semana alrededor de ellas mismas y, se quiera o no se quiera, con ello se revitalizaba la presencia de la irreductible religión en ‘las capas populares. Hogaño, por contra, pasan a convertirse en la continuación de un fin de semana seguramente tedioso.

Y bueno, no está tan mal pensado. Al fin y al cabo la religión es el opio del pueblo, y lo que realmente nos duele (a muchos) de esta propuesta del señor Rajoy, a petición justa de la clase empresarial, tan acogotada por la falta de fondos de sus arcas, es que vaya a ser la Derecha la que acabe haciendo algo práctico para alejarnos de ella, para desalienarnos y, quién lo sabe –Rubalcaba está seguro de que Rajoy guarda secretos inconfesables-, dar cuerpo al deseo del que fuera un raro poeta, Roque Dalton, y hacer del opio el opio del pueblo.

Pero, ¿qué pasará, por ejemplo, con el Día de la Constitución? Si el seis de diciembre cae en jueves, ¡maldita sea!, y se pasa al lunes así por las buenas, se puede dar el mensaje subliminar de que la Constitución no es tan firme y fuerte como lo traíamos pensado, que está sometida a los vaivenes, a las arremetidas de las más que contingentes circunstancias y, en consecuencia, se puede reformar.

Esto también nos duele (a muchos) que lo vaya a realizar la Derecha. Y se trata, sin duda, de un dolor y de un temblor más razonable que aquel otro de los días a santificar, pues si la Derecha altera la Constitución, con mayoría absoluta para intentarlo según le de la ventolera, seguro es que le ronda en la cabeza la disolución del Reichstag, como en su día ya hiciera su paisano Adolfo.

Por otro lado – y no sé yo si será mera coincidencia (fatal) o fruto de las no tan veladas aspiraciones presidencialistas (de Presidente de la Tercera República Española) del dios padre josé mari-, ya se empieza a vocear el catastrofismo de acercar la monarquía al pueblo. Primero fue con Marichalar (un intento poco fructuoso, dicho sea de paso) y ahora lo es con Urdangarín (para colmo del Barça). La maldición de los yernos del rey, como con tino llama al asunto el Gran Wyoming. Pero lo que queda claro de todo ello es que las mezclas no son buenas, causan pena y se acaba por llorar. De modo que ya sólo cabe esperar la caída al abismo de la pobre Lety. Trompazo que, mucho me lo temo, no será tan figural como los de sus concuñados. Está tan flacucha la pobre, que, si dios –el auténtico- no lo remedia- va a acabar como María de las Mercedes, mi rosa más asturiana, por qué te vas de mi vera de la noche a la mañana. Lo quieras o no los quieras y aunque tú no digas nada, se nota por tus ojeras…etcétera.

Nadie va a cuestionar, todavía, la centralidad –constitucionalidad, preferirán los más recalcitrantes demócratas de nuevo cuño- de la monarquía del rey Juan Carlos (no por casualidad es el primero), pero no ocurre igual con su continuidad. Esos niños y niñas que ni siquiera atinaron con un buen partenaire, ¿van a estar preparados para dirigir, aunque sólo sea saliendo en las estampas, el país? Sin duda la cuestión precisa de un profundo y decidido debate constitucional, y con la mayoría absoluta… todo es posible, menos que salga bien.

Y ¿a nosotros qué nos importa? Pasado mañana cantan la lotería, aunque ya verán cómo este año el primer premio no le toca a nadie. Hay que ahorrar.

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