martes, 20 de diciembre de 2011

L’esprit de l’escalier

Hay poca literatura escrita en días de sol (Iñaki Uriarte). Lo cierto y verdad es que la literatura llegada del Norte es más voluminosa que la proveniente del Sur. Mas también lo es, certeza, que vividores del cuento (un deseo muy favorable en el decir sensato de Agustín García Calvo) abundan más en el soleado Sur que en el Norte, sempiterno encapotado. Algo, así pues, tendrá el sol cuando lo bendicen.

En Caños de Meca –en la provincia de Cádiz, donde nació la Petenera- a diario los veraneantes se reúnen, medio bebidos ya, para aplaudir la puesta de sol. Tan confiados viven en que el astro rey (no ando hoy muy metafórico) sabrá encontrar el camino de vuelta mañana. En cambios, los lugareños siguen a lo suyo conocedores de que la vuelta del sol es como el bis de un artista generoso y complaciente que se niega a abandonar el escenario incluso cuando ya se han marchado hasta los familiares más favorables a sus proezas. Saben, los nativos de los Caños que todo es igual a sí mismo un día tras otro. Así que ni se inmutan ni tratan de añadir algo suyo (la producción) a lo que no deja de ser el orden natural de las cosas.

Con el tiempo, aquel revolucionario ¡Viva la Pepa! de las Constituyentes de Cádiz devino significante de la vida holgada y como al pairo. Será porque la Pepa engordó con los años hasta convertirse en una señorona que, sentado en una silla de anea a la puerta de su casa, enseña a quien quiera escucharla adorables letrillas flamencas de los días adánicos.

Sólo en una cosa podrían mejorar los gaditanos, si, por Carnavales, cuando en febrero declina el frío, en lugar de fiestas hicieran, por una vez, las labores abandonadas el resto del año. Ello supondría una gran enseñanza –y una enseñanza moral, me refiero-, la de que no se olvidan, a pesar de todos, de la que se están librando.


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