jueves, 22 de diciembre de 2011

Excursus familiar

Últimamente, y escribiendo a mano, me olvido de colocar las tildes en su lugar correspondiente. Lo encuentro aburrido… No. No es cierto. Porque, ‘la verdad sea dicha’ (¡que vaya tontería!) eso mismo me distrae. Quiero decir, que como he de corregirme, pierdo un tiempo en ello, tiempo que ya no tengo para decir lo que quería decir y en el ínterin se me ha ido de la cabeza. Efecto -vicio, mejor- de la edad que se me va cumpliendo sin que yo la quiera ver. Podría resumirlo en un aforismo (o una falsa greguería) tan bobo como La vejez rehúye las formalidades.

Recuerdo ‘la dama indigna’ de la Tusquets hacia la que tanto me inclino por naturaleza, pero, al mismo tiempo, se me hace presente la imagen atildada (¿tendrá algo que ver con las tildes?), elegante y pulcra (como el abuelo de Paul Mccartney en A Hard Day’s Night) hasta el extremo de lo cursi, del último Jorge Luis Borges y ya no me decido sobre cómo representarme a mí mismo los días que salgo. No sé si volverme definitivamente un ‘adán’ o continuar aparentando vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia (Jaime Gil.

Por otra parte T. me dice que con la barba (blanca y rala a estas alturas) parezco todavía más viejo de lo que realmente soy. Aunque enseguida pienso en Jacques Lacan y no puedo dejar de preguntarme en cuál de los tres campos o dimensiones: lo real; lo simbólico; lo imaginario, incluye T. mi existencia actual.

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