lunes, 26 de diciembre de 2011

El humanismo no es sino un dulce escamoteo de lo humano. Pepe Bergamín


Pongamos por caso, tal que mera hipótesis febril: Lionel Messi falla un gol (dios no lo quiera) de esos que sólo él es capaz de meter de tres en tres. Cristiano Ronaldo (CR9, siglas como de bomba voladera nazi) la pifia al lanzar una falta y el balón salta al otro lado del Estrecho, donde Abd El Krim, que se siente de nuevo amenazado, lo toma por buena excusa para volver a soliviantar a los rifeños e invadirnos por tercera vez. Estas son, sin menoscabo de otras muchas, situaciones alarmantes, momentos de la Historia capaces de cuestionar con su sola existencia los fundamentos más sólidos (porque todo lo sólido se desvanece en el aire) de la Civilización Occidental, la cual –en el sentencioso decir de Jorge Luis Borges- nos desveló el fútbol como el mayor crimen de los ingleses. Sin embargo, en ambos y desafortunados ejemplos, uno de los comentaristas de la cadena de televisión que retransmite el partido, sabihondo, se limita a comentarle a su compañero: Son humanos y se equivocan.

Al rato, en su segunda oportunidad, Messi logra meterla de forma tan milagrosa como lo era en Bilbao antes del Gugennheim. Cristiano Ronaldo se salta la barrera, la pelota pasa al lado del portero sin ni siquiera parar un momentico a darle las buenas noches y acaba en el fondo de la red como un pescado muerto. Messi vuelve a ser dios y Cristiano Ronaldo su profeta en la meseta, mal que le pese, en las bocas, ahora todo admiración, de los vivaces comentaristas ya mencionados, mientras celebran de forma monosilábica la proeza: gooool...

Los antiguos griegos situaron a los Héroes entre los dioses y los hombres. Mitad dioses y mitad hombres. Dioses con apariencia de hombres. Hombres con las facultades de los dioses. Aun cuando no todo era tan relucientes, ni la calle de Alcalá (en Madrid) cuando suben y bajan los andaluces, ni los templos de la Acrópolis, que ya nacieron con vocación de ruinas en las mentes obtusas (no cabe otra forma) de sus arquitectos. Así pues, nos vemos en la tesitura de intervenir sobre la falsa conciencia de los relatores (sinónimo poco apropiado) del suceso, con el fin de advertirles que ni Lionel Messi es dios -lo era Maradona, y ello por su demostrada amistad con Fidel Castro, el último de los Grandes Timoneles- ni Cristiano Ronaldo está obligado (sino todo lo contrario) a vivir en las Alabanzas al Señor, triste rol de los augures.

Al menos en honor de aquellos griegos de antaño (Demis Rousos, Anthony Quinn, Melina Mercouri, etc.), capaces de inventar la filosofía y con ello darles su sentido verdadero a las palabras –mire usted que, si no fuera por ellos: los filósofos, las seguiríamos usando como las sueltan los actores de los dramas de Fernando Arrabal, sin saber qué decimos. Y decimos que pensando (ahora sí, en serio y por primera vez) en aquellos griegos, los inmortales Sócrates –qué toque sofisticado de balón tenía-, Platón, Aristóteles, Epicuro –el que se masturbaba para matar el hambre-, etc., estamos forzados a llamar a las cosas por su nombre y denominar Héroes a los tales Messi y CR9 (siglas como de bomba voladera nazi. Tan sólo seres que gozas de algunas de las cualidades de la divinidad en su cuerpecito –el uno- y en su corpachón –el otro- de hombres, extremo que los humaniza hasta el punto de cometer errores. Esto es, que si la cagan es por el hecho triste de pertenecer a la corporación humana, por su humanismo, y si se glorifican es porque algo de dios llevan dentro en claro desprecio de lo humano.

Vamos, como si, en realidad, no hicieran nada por ellos mismos, aun cuando bien que se cobren por hacerlo.

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