lunes, 25 de febrero de 2013

Tres tristres trigres



Que el lenguaje anda pervertido últimamente, nadie se lo cuestiona. ¿Para qué? Conviene. Como, al parecer, nadie habla ni escribe bien, con la precisión debida, resulta más fácil meter digos por diegos y diegos por ¡bendita sea la madre que te parió, Prócer!

Debiéramos, no obstante, distinguir dos tipos de perversiones al respecto. La una: formal, de grafías y ortografías, cuya culpabilidad, mayormente, se viene achacando a los jóvenes de todas las edades en su maléfica alianza con las nuevas tecnologías (¿de la comunicación?) y con la simplificación como único objetivo; lo cual, si no es el sueño de los filósofos, poco le falta: meter el máximo de significados en el mínimo de significantes, palabra de dios.

La otra: conceptual; el empleo desvirtuado  de un ‘conceto’ (Manuel Manquiña en Airbag) que, en cualquier caso, se expone a la vista de todos en su magnificente apariencia, perfecto como un haiku, con la única intencionalidad de amañar su verdadero sentido, si es que tal cosa la hay.

De aquella poco merece la pena comentar en tanto producto del estado de inocencia característico de la juventud, carente de otra maldad que no sea la prisa. Esa ligereza de pies que les hace captar las cosas a su alrededor de manera oblicua, de soslayo, como de refilón, pero en la que no faltan las veces en las que acaban dando con un gran acierto. Por ejemplo, cuando abrevian ‘finde’ por fin de semana. A lo mejor sobreentienden (que es manera de entender sin enterarse) cómo a falta de semana laboral no hay, para un fin de semana completo, los dineros suficientes. ¿Lo pillan? Pues ellos sí que pillan lo que pueden.

En cambio, de esta, la segunda, se podría hablar hasta quedarnos mudos como quisieran. Porque no hay error ni falta en cuanto dicen, tan sólo mala intención. El deseo de que nadie ‘les pille’ nada de lo que hablan, pues no era eso lo que hablaban. A fin de cuentas (las cuentas del Mercado), sobre todo son suyas las palabras. Mas la policía no es tonta (es mala, muy mala, lo peor) y cuando ve un cigarro apagado, hasta se siente capacitada para testimoniar que allí alguien ha fumado. Como García Revenga, secretario de las niñas, asegura que su presencia en Nóos fue ‘testimonial’, aunque ahora se muestre remiso a ofrecer verdadero testimonio de cuanto pasaba por allí: No pienses que te espío, / no llego a ser tan ruin; /es torpe que tú creas / que quiero "sorprenderte en un desliz" (Luis Eduardo Aute).

Porque no le consta, claro. A García Revenga, como a tantas y tantos –resulta feo señalar-, no le consta. Lástima, porque siendo todos tan sabihondos, poco les costaría enterarse. El pronombre personal generalmente desempeña las funciones del sujeto, así que a ese sujeto de la proposición ‘no me consta’, le bastaría acercarse hasta allí donde, supuestamente, consta o no consta lo que todavía no le consta, para cerciorarse. Y entonces volver con la constancia de lo que verdaderamente consta. Pero no. Ese recurrente ‘no me consta, ¡vive dios que no me consta!, pretende asegurar que lo que no le consta a quien está en situación de que le conste –porque él mismo es el sujeto de la acción de que conste o no conste-, simplemente es para decir que no es verdad. Lo cual a mí sí que me consta que No és això, companys, no és això;/ ens diran que ara cal esperar./I esperem, ben segur que esperem./És l’espera dels que no ens aturarem /fins que no calgui dir: no és això. (Lluis Llach)

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