Que el lenguaje anda pervertido
últimamente, nadie se lo cuestiona. ¿Para qué? Conviene. Como, al parecer,
nadie habla ni escribe bien, con la precisión debida, resulta más fácil meter
digos por diegos y diegos por ¡bendita sea la madre que te parió, Prócer!
Debiéramos, no obstante, distinguir dos
tipos de perversiones al respecto. La una: formal, de grafías y ortografías,
cuya culpabilidad, mayormente, se viene achacando a los jóvenes de todas las
edades en su maléfica alianza con las nuevas tecnologías (¿de la comunicación?)
y con la simplificación como único objetivo; lo cual, si no es el sueño de los
filósofos, poco le falta: meter el máximo de significados en el mínimo de
significantes, palabra de dios.
La otra: conceptual; el empleo
desvirtuado de un ‘conceto’ (Manuel Manquiña en Airbag) que, en cualquier caso, se expone
a la vista de todos en su magnificente apariencia, perfecto como un haiku, con
la única intencionalidad de amañar su verdadero sentido, si es que tal cosa la
hay.
De aquella poco merece la pena comentar
en tanto producto del estado de inocencia característico de la juventud,
carente de otra maldad que no sea la prisa. Esa ligereza de pies que les hace captar
las cosas a su alrededor de manera oblicua, de soslayo, como de refilón, pero
en la que no faltan las veces en las que acaban dando con un gran acierto. Por
ejemplo, cuando abrevian ‘finde’ por
fin de semana. A lo mejor sobreentienden (que es manera de entender sin
enterarse) cómo a falta de semana laboral no hay, para un fin de semana completo,
los dineros suficientes. ¿Lo pillan? Pues ellos sí que pillan lo que pueden.
En cambio, de esta, la segunda, se
podría hablar hasta quedarnos mudos como quisieran. Porque no hay error ni
falta en cuanto dicen, tan sólo mala intención. El deseo de que nadie ‘les
pille’ nada de lo que hablan, pues no era eso lo que hablaban. A fin de cuentas
(las cuentas del Mercado), sobre todo son suyas las palabras. Mas la policía no
es tonta (es mala, muy mala, lo peor) y cuando ve un cigarro apagado, hasta se
siente capacitada para testimoniar que allí alguien ha fumado. Como García Revenga,
secretario de las niñas, asegura que su presencia en Nóos fue ‘testimonial’,
aunque ahora se muestre remiso a ofrecer verdadero
testimonio de cuanto pasaba por allí: No
pienses que te espío, / no llego a ser tan ruin; /es torpe que tú creas / que
quiero "sorprenderte en un desliz" (Luis Eduardo Aute).
Porque no le consta, claro. A García Revenga, como a tantas y tantos –resulta feo
señalar-, no le consta. Lástima, porque siendo todos tan sabihondos, poco les
costaría enterarse. El pronombre personal generalmente
desempeña las funciones del sujeto, así que a ese sujeto de la proposición ‘no me consta’, le bastaría acercarse
hasta allí donde, supuestamente, consta o no consta lo que todavía no le consta,
para cerciorarse. Y entonces volver con la constancia de lo que verdaderamente
consta. Pero no. Ese recurrente ‘no me consta, ¡vive dios que no me consta!,
pretende asegurar que lo que no le consta a quien está en situación de que le
conste –porque él mismo es el sujeto de la acción de que conste o no conste-,
simplemente es para decir que no es verdad. Lo cual a mí sí que me consta que No és això, companys, no és això;/ ens diran
que ara cal esperar./I esperem, ben segur que esperem./És l’espera dels que no
ens aturarem /fins que no calgui dir: no és això. (Lluis Llach)
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