martes, 19 de febrero de 2013

Bárcenas el escribiente



Si la Derecha fuese más leída y más escribidora –pero la Derecha no escribe: escritura- enseguida habría descubierto el parecido, la directa semejanza entre Bárcenas el escribiente y Bartleby, el joven a quien Herman Melville le dedicara una abreviada biografía de sus años en la Oficina (entiéndase Oficina en el sentido kafkiano)

Pero no. La Derecha lee poco –con las memorias del altzeimico Aznar le basta y le sobra para pasar el verano-, o lo que leen no les aprovecha al modo de lo que ella entiende por sacar provecho, pues, de lo contrario, ya se habrían percatado del preclaro antecedente (tradición) que explica y justifica su difícil relación con Bárcenas el escribiente.

El tal Bárcenas –nos cuenta Melville- trabajaba en la Oficina. Se portaba bien. No daba quebraderos de cabeza. La Dirección estaba feliz, hasta el punto de no inmiscuirse en sus asuntos. Pero un buen día llegó una chica nueva a la Oficina y ésta chica nueva quiso ponerse al tanto, así que le pidió al escribiente Bárcenas el estado de las cuentas, pues tal era su menester allí.

-Preferiría no hacerlo –le contestó Bárcenas el escribiente sin que ni siquiera uno de sus músculos faciales se le contrajera, señal inequívoca de su buena disposición.

La chica nueva comprendió al instante que a lo mejor se estaba metiendo donde no debía, y lo dejó pasar. Al fin y al cabo, pensó, tampoco era necesario aclarar lo que de suyo estaba claro.

Mas como el mundo está lleno de gente que sólo sabe pensar de forma aviesa y mirar con los ojos bizcos del diablo, hubo quien empezó a sospechar y acabó por encontrar la mierda en medio del lodazal, y fue entonces el despedirlo:

-Váyase sr. Bárcenas.

-Preferiría no hacerlo –volvió a responder Bárcenas el escribiente mientras se dirigía a su despacho pensando en la pureza blanca de la nieve que lo orientaba.

Y no se fue, pues siendo el que era el Estado de las cosas, bastaba con haberlo echado y que no se hubiese ido.


Nota erudita: La ignorancia, pero una ignorancia alerta y consciente, es el cimiento de la verdad. Antoni Artaud.

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