Le adorna la frente la
estrella roja de un boina que se echa hacía atrás como fingiendo descuido
consigo misma. Del borde de la boina cuelgan sus cabellos tintados, flequillo o
encaje de hebras deshilachadas. Cierra la boca. Abre los ojos. Con una mano, se
acaricia el lado donde el sol le pica. De espaldas, una compañera parece seguir
hablándole cuando ella mira hacia otra parte. Aunque sus ojos, grandes, abiertos,
enmarcados en un brillo negro, no miran nada. Es, lo diré así, la imagen
clásica de quien hace como que piensa. En lo que acaba de oír de labios de su
compañera. En los azares que la condujeron hasta aquí. En dónde comerán al
mediodía. En lo poco que, pese a haberla atrapado viva en su mejor instante,
podré llegar a saber de ella.
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