Lo primoroso del secreto se encierra
(sic) en que nadie sabrá jamás si yo (por cualquiera) guardo o no un secreto, y
si, como ya dijéramos con aval de don Ortega, otra verdad ocupa, al cabo, el
lugar de la verdad, sea, aquí, que otro secreto toma el espacio librado por el
desvelamiento del secreto. Es la cosa –quisicosa- que en el hueco del viejo
secreto no brilla ahora la luz; que el ahí del secreto sigue a oscuras como lo
estaba, lo cual nos conduce a la convicción de que el secreto, ¡Ay!, sigue
creciendo y oliendo como matita de romero verde -José Menese.
En esto erraba Simmel, se aventuraba
Benjamin y Thedore Roszak no más suspiraba. La transparencia promovida por los
tres (y algunas más, p.e. Agatha Ruiz de la Prada) como síntoma del
acercamiento a la verdad (¡qué cosas tenían mis criaturas! –Manolo Caracol), no
es sino el hecho de mostrarnos aquello a cuanto jamás tendremos acceso. Porque
el ojo no ve lo que intermedia entre el objeto que mira y el ojo que lo mira. No
ve la mano que puso entre ambos la transparencia, los excesos del artista y las miserias del genio (Jacques Rancière. La noche de los proletarios). Y ni
el grito del niño que avisa: el rey está
desnudo, ni el vocerío del ‘Común’: Rajoy
dimisión, achican la distancia entre ellos y la soberanía divina del rey o
absoluta del sr. Rajoy. Entre unos y otros, sigue habiendo una tierra de nadie,
la plana de un desierto donde, si acaso, caben los esperanzadores espejismos
de, ¡al fin!, la mentira realizada. ¡Que
viva la revolución, cojones!
En consecuencia, arrimándonos al meollo
del presente nacional, las penúltimas aseveraciones del sr. Bárcenas sólo alimentan
la confusión pasando del ‘no me consta’ al no
existe ni ha existido nunca una libreta secreta, malgré lui. ¿Cómo lo sabe?
Tanta rotundidad de parte del sr. Bárcenas sólo puede referirse a la libreta cuya
existencia, pese a todo, se nos ha revelado, y es tan cierta como falso puede
ser su contenido. O sea, una libreta que ha dejado de ser secreta y, por tanto,
ya no es la libreta secreta que al afirmar su inexistencia da pie a la
existencia, esta vez sí, de otra libreta secreta, en tanto y cuanto si el sr.
Bárcenas puede hablar de ellas con conocimiento, es porque él ‘anda en el
secreto’ que nadie puede saber si guarda o no. Sí, lo reconozco, un galimatías con todas las
de la ley y al que la Ley no puede dar solución, aun cuando nos conformaríamos
con que esa Ley también concluyera la culpabilidad presunta de los
presuntamente culpables, sobre todo a la vista del eterno retorno del secreto
como verdad inescrutable.
¿Desvarío? ¿Digo disparates? Pudiera ser,
pero es el sr González Pons quien con la exquisita sobriedad del que también
sabe de lo que habla, me abre la puerta a ello: los papeles publicados son fotocopias, no la contabilidad del P.P. –nos
confía muy seguro de que la contabilidad original del P.P. sigue siendo secreta,
y ahora mucho más todavía: enterradas bajo un montón de fotocopias que, igual
supuestamente, carecen de originales que copiar. Hay, en alguna parte, parece querer
decirnos el sr González Pons, una fotocopiadora fantástica capaz de reproducir
lo que no hay.
Y en esto no se equivoca. Semejante
fotocopiadora, como KITT, el coche fantástico de la televisión, no es otra que
la mismísima máquina de secretos del Poder, ocasionalmente en sus manos: las
del P.P., las de Bárcenas, Pons o Rajoy. De modo que, a fuer de ser bien
nacidos, cosa que no se nos presupone pese a tanta presunción como por aquí
corre, , sólo deberíamos prestarle fiabilidad a aquellas fotocopias que vienen
avaladas por su sello, por muy sospechosas que nos parezcan. Ahí está la
gracia, ¡dita sea!
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