Más vago que
la chaqueta un guarda.
Ha llegado su hora. El guarda entra en la garita, saluda al compañero que ya se
va. Acaso lo entretiene un rato con preguntas repetidas a diario a las cuales
ni contesta. Sólo asiente con un ligero movimiento de cabeza mientras se acerca
a la percha, recoge su chaqueta y se la pone antes de salir a la intemperie. El
guarda recién llegado, a su vez, se desprende de la suya y la cuelga en la rama
de la percha que ha quedado vacía. Ahí permanece el resto de la jornada
laboral, tan tranquila. Quizás haya, en tanto tiempo como ha de permanecer
alerta en su puesto, un momento para que el guarda eche de menos la vida
reposada que lleva su chaqueta.
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