lunes, 27 de mayo de 2013

¡VIVA LA PEPA!




¿Se han percatado de la relativa escasez de chistes, chascarrillos, jocosidades, chuscadas sobre la crisis, Rajoy, el ministro de exteriores y hasta de la mismísima y rociera Fátima Báñez, quien se los merece ‘de coración’? Algo está cambiando en España, me asegura mi amigo el regeneracionista de toda la vida, muy satisfecho con ese nuevo y germánico semblante de los españoles del XXI. A mí, en cambio, tanta adustez me asusta; tanta seriedad me desasosiega, tanto cejijunto me desesperanza, no lo puedo evitar.

Hablando de los sacro-imperiales alemanes, su paisano George Grosz, destacaba, muy por encima de todas sus otras virtudes ‘empíricas’, la formalidad. Decía G.G.: son tan formales los alemanes, que cuando van a asaltar un tren, no se suben si antes no han sacado el billete. Y añadiría yo: los que sacaron billete de segunda asaltan los vagones de segunda, y los que pudieron pagárselos de primera, pues eso: toman por las armas el wagons lits; que por algo las masas son las masas y el Partido la vanguardia del proletariado, Vladimiro.

Ya hace falta creer en la Renfe. O, porque el chiste de Grosz también es una metáfora, ya vale la fe en el sistema. Seamos serios. Pase lo que pase durante el trayecto, lo importante es que el tren llegue a su destino. Que no se encabrite la máquina, el convoy se salga de los raíles y todo el sistema salte por los aires de una vez por todas.

La chanza, desde luego, no es ni siquiera aquello a lo que el pródigo Marx llamaba ‘acciones prerrevolucionarias inconscientes’. Como tampoco subirse al tren sin billete. Pero ayuda y, sobre todo, vale para seguir siendo unos descreídos en cualquier tipo de finalidad, de unidad de destino en lo universal, como lo quisiera el terrible José Antonio Primo, o de continuidad y permanencia de un crecimiento ilimitado, tan al gusto neoliberal como marxiano. ¡Qué le vamos a hacer!

Que las revoluciones en España tenían algo de Carnaval, ya lo sugiere hasta Prospero Merimée: Decían que había que destruir la tiranía y, en consecuencia, mataron al caballo del Capitán General de Madrid (Viajes a España). Pero bien estuvo. Como ya conocemos de los varios resultados de las otras revoluciones, las que llaman verdaderas, tampoco puede juzgarse muy severamente lo sucedido aquí entre los antiguos, aunque la cuenta la pagaran los caballos, quienes ninguna culpa tenían en ello. La cuestión, según lo cuentan, no sin alborozo, cuantos sobrevivieron para contarlo, no está en a dónde hubiésemos llegado de tomárselo en serio, pues vaya al tren a donde vaya, siempre nos llevará a ninguna parte: si es verdad que la tierra es redonda y darle la vuelta al mundo significa volver al lugar de origen, como ya lo pronosticara Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual, Amor mío. Lo importante, entonces, es el ‘mientras tanto’, el viaje en tren, asaltar el tren sin billete, reírse del revisor y de la pareja de guardia civiles que lo acompañan, y muy a considerar, apearse en marcha; bajarse del tren antes de que, por malo del demonio, sí que haya una estación término donde ya nos esperan los de siempre para devolvernos al lugar de siempre.

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