lunes, 20 de mayo de 2013

CLONACIONES/RECICLAJES



Si a mí me tocase, no me dejaría. Con toda la fuerza del pueblo en armas, correría a impedir mi posible clonación. Dejar en manos del hombre viejo la llegada del hombre nuevo, lo encuentro, cuanto menos, un grave error de cálculo. No más el hombre (sic) cobró conciencia de su participación en la procreación, la volvió decisiva y en ese preciso momento comenzó nuestra desgracia.

Por supuesto, en mi rechazo a ser clonado (ni que te fueran a elegir) no hay ninguna apreciación ética, moral, religiosa, ¡válgame dios!, sino todo lo contrario. Me explico por si alguien quiere escucharme y compartir conmigo el infortunio de haber llegado hasta aquí demasiado tarde. La clonación guarda, en su trasfondo, muchas semejanzas con eso a lo que llaman ‘la resurrección de la carne’. Vamos, que de algún modo te mueres y en otra parte sigues siendo tú igualito a quien ya eras. Y ahí está la cuestión: que yo no quiero seguir siendo quien ahora soy; como ahora soy. Viejo, achacoso, maniático y apenas si viviendo del recuerdo de gente que sí se ha muerto de veras, para siempre. Caso de reparárseme, pienso que, a lo sumo, me quedaría igual a como ya estoy: con ganas pero sin fuerzas. Esto me lleva a un temor más grande aún del cual leí una vez en La guerra del cerdo de Adolfo Bioy Casares. Allí, los jóvenes se dedicaban a matar a los viejos porque sí, porque por ahí les había dado. Entonces todavía no existía la clonación; imaginen ahora que es un hecho y los jóvenes pueden fácilmente ser doblados en su idiota juventud (lo escribo así por adelantarme la venganza. No será ya que nos maten: nos asesinarán de la forma más alevosa posible, pues con toda seguridad le hemos dado motivos para ello.

Mirándolo desde otra perspectiva -porque eso de que los jóvenes vayan a librarse de sus viejos (con pensión) en sus actuales perspectivas socio-económicas me parece un despropósito-, no hallo ninguna novedad real en esto de la clonación. Ya está en el Génesis. ¿O acaso no fue que dios creo a Eva aprovechando el ADN de la costilla de Adán? Pero, por suerte, de esa nos libramos. Gracias a dios -¡bendita sea la paradoja!- el pecado de Eva (y de Adán si, al decir de Juan Larrea, en vez de atenerse a las indicaciones de Dios, se inclina hacia las insinuaciones de su compañera. Es decir, prefiere satisfacer la seducciones de la carne de su carne a los dictados del espíritu de su espíritu) nos sacó de aquel paradisiaco aburrimiento y nos metió lleno en este mundo de fatiguitas donde el parto es doloroso y el follar milagroso, para contrarrestar. Mas, aparte de que la ecuación no es justa y ellas estén en su reparo, lo  cierto es que, pese a todo, bien que vivimos por gozarlo.

Llevamos un mundo nuevo en los corazones, afirmaba el bueno de Buenaventura Durruti. Pero no me dirán que esa sola mención del corazón no lo deja casi todo en manos del azar. Y a la ciencia, por muy humana, en cambio, si algo le falta es precisamente corazón. Un órgano de suyo inclinado a la chapuza (¿la revolución?) cuando se trata de solventar los avatares que normalmente nos salen al paso. Más allá es problema de los dioses, como le advirtiera la bala del 9 largo que le atravesó el pecho al otra vez cien veces bueno Buenaventura Durruti.

Cuando termine la muerte,
si dicen: "¡A levantarse!",
a mí que no me despierten.
(…)
Que yo me conformo siempre,
y una vez acostumbrado
a mí que no me despierten
(Manuel Alcántara)

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