miércoles, 8 de mayo de 2013

COLORÍN COLORADO




Tenía pensado no alegrarme si, finalmente, imputaban a la Infantita. Y menos todavía me iba a sentir más feliz de acabar condenándola por mala. Lo uno me parece de un pésimo gusto y el hacer depender la propia felicidad del daño ajeno, de míseros y de canallas. Una vez, en las memorias de Mishia Sert, leí de un juez parisino, Cére de la Rivière se llamaba, quien, según la autora: puntualmente absolvía a todo el mundo. Este hombre encantador había escogido seguramente su profesión para satisfacer su inclinación natural a la indulgencia y su adversión al castigo. De inmediato ese buen juez se convirtió en uno de mis héroes. Vale, usted ha cometido un crimen, pero yo le perdono. Puede irse con dios. Sé que quizá peque de ingenuo, pero a esa sentencia absolutoria la encuentro más cruel que el hecho de meter a alguien en chirona para el resto de sus días. ¿Cómo puede vivir un hombre perverso sabiéndose perdonado? En adelante le acompañara la desasosegante sensación de ser un fracasado, extremo que la perversidad ni calcula. Si te meten en la cárcel por algo que has hecho voluntariamente, hasta puedes verlo como la debida recompensa, teniendo en cuenta que la perversión empieza alterando los significados de bien y mal. En cambio, que te perdonen es como decirte que no le importas a nadie, hagas lo que hagas o dejes de hacer. Así pues, la princesa Cristina, diga ahora lo que diga, no puede estar satisfecha, ¿qué tendrá la princesa?

Y aún hay más, porque aquí lo que está en juego, visto lo visto, y al menos a ras de suelo, no es tanto la honestidad de la niña, nobleza obliga, sino su inteligencia.

-Mira, Cristinita, lo que te traigo –grita Iñaki mientras le hace entrega de un saco de euros. Quinientos mil, euro más o euro menos.

-¡Anda que bien! ¿Y de dónde los has sacado? –dice Cristinita visiblemente entusiasmada.

-Pues nada, que estaba tomando un café con Diego y se me ocurrió echar una moneda que tenía suelta a la máquina y me ha tocado el premio gordo–le responde Iñaki haciendo resonar el saco.

-Si es que has nacido con una flor en el culo –le habría contestado Cristinita de ser una pareja del Poble Nou y no de Pedralbes.

Pero para el caso es igual. Le da un beso como recompensa y corre a guardar el dinero. Ni por un momento se le ocurre pensar que allí pueda haber gato encerrado.

-Es usted tonta –a lo mejor le preguntaba el juez Castro de haberlo dejado , pero sólo por aquello de limitar responsabilidades.

-Sí, sí, tonta que soy –le respondería la Infanta, que no lo es pero se lo hace: la inocente.

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