lunes, 13 de mayo de 2013

HASTA EL MOÑO DE WITTGENSTEIN



La literatura (el arte) consiste en dar por hecho que la verdad (mejor: la literalidad) se construye. Nunca está, pero estará. No hay dios, pero lo habrá. No por su necesidad sino por su nadería. Donde no hay nada (humano) está dios. Bakunin lo dice: dios no es otra cosa que el yo humano absolutamente vacío a fuerza de abstracción o de eliminación de todo lo que es real y vivo. Lo invisible ocupa un lugar vacío. De lo que no se puede hablar: callar. Más por callar no se nos indica qué es aquello de lo que no se puede (debe) hablar. Así, hablemos mientras tanto. Un dulce parloteo. Como el aire. Y para el pez el agua.

No hay territorio sin cartografía. Sin embargo, los ojos presienten un horizonte más allá del horizonte. De ello se habla casi siempre. Y así el Adivinista (Justo Navarro) que penetra en el territorio todavía sin Mapa, le da confianza a sus pasos. Hace seguro el camino. El camino, no la arribada.
Ninguna promesa se esconde en el silencio. Son las palabras las que prometen el silencio. Si al llegar Ulises hubiera gritado: ¡He vuelto!, todos lo habrían reconocido. Pero Ulises calla y sólo el perro ladra. Porque el perro no piensa, mira.

Llegar y Callar guardan entre sí unas grandes semejanzas. Blanco sobre blanco. Negro. Malevich firma sus lienzos  a la espalda.
(Barón Rampante. Las funciones transversales de la Sociología fantástica)

No hay comentarios:

Publicar un comentario