lunes, 6 de mayo de 2013

MENUJÁ



Ayer sábado andaba yo muy de mañana leyendo un breve texto de Giorgio Agamben sobre la Menujá (la fiesta sabatina de los judíos. Me las prometía muy felices, pues nada más empezar ya me pude enterar de que ‘no es la obra de la creación sino el cese de toda obra el que ha sido declarado sagrado’, circunstancia a la que siempre he tratado de ser fiel. Quiero decir que desde muy temprana edad he preferido al no hacer al hacer. La inoperancia (Menujá significa esto precisamente: en griego anápausis o katápausis) a l productividad. La inacción a la acción. Y a lo que estamos, leer a escribir.

Por lo tanto, seguí la lectura muy satisfecho por haber encontrado, al fin, una confirmación de mi experiencia, cuando, unas líneas más adelante, me encuentro con que la Mishná enumera las treinta y nueve actividades (Malechot) de las cuales abstenerse el sábado, pero, en realidad, coincidentes con ‘la esfera del trabajo y la actividad productiva en su totalidad’. Lo apunto. Tomo cumplida nota. Y mientras escribo, quizá gracias a ello, de repente me paraliza la duda. Porque entonces me pregunto si leer no será también otro de esos melachot de los que alejarse en sábado, aun cuando no venga referido como tal en la Mishná.

Incapaz de responderme, trato de calmarme recuperando a Agamben y, es verdad, algo me alivian sus palabras: ‘según la tradición hebrea, en efecto, un acto de pura destrucción, que no tenga ninguna implicación constructiva, no constituye melajá (acción dedicada a obtener un fin), no transgrede el descanso sabático’. De inmediato cerré el libro (Desnudez es su título) y, como insinué al principio, esperé hasta hoy para de nuevo recabar en el asunto y concluir, lo más cerca de la razón posible, que en sábado nada de leer un ensayo de esos capaces de hacer brotar pensamientos en la mente del lector. Mucho menos el periódico, pues los pensamientos además serían malos. Si acaso, una novelita policiaca de esas en las que el detective pone las cosas patas arriba, del revés, y provocan la sensación (sólo la sensación) de estar viendo realizarse la justicia verdadera. O leer de un libro de poemas. Por ejemplo, Juan Ramón Jiménez:
¡Espera, ratito de oro,
Que quiero gozarte allí;
Espera, ratito de oro,
Que quiero gozarte aquí!

Para que a eso del mediodía, a la hora precisa de echarse la siesta del cura, decir con Ibn Gabirol:
Alza, amado,
¿qué te pasa que estás somnoliento y dormido?
Álzate y bebe un poco del vino rojizo.

En fin, cualquier cosa que no trasude eternidad.

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