jueves, 12 de abril de 2012

El gobierno de Casandra (una explicación)

Al principio de temporada, un equipo de la NB –no sé si los Chicago Bulls, los Orlando Magic o los Knicks de Nueva York- contrató los servicios de Casandra. Querían –dijeron- orientarse por las predicciones de ‘la bruja’ y así, en la medida de lo posible, readaptarse a las circunstancias del PPartido, como en los ‘tiempos muertos’.

Perdieron, sobra decirlo, los dos primeros encuentros –contra Miami Heat y los Grizzleis del mediano de los Gasol- tal y como Casandra vaticinara. De modo que se vieron obligados a apartarla del equipo tras comprobar cómo afectaban sus oráculos negativos en el ánimo y la entrega de los jugadores, los cuales se sentían incapaces de aceptar lo trágico que hay en cada destino. No somos héroes –confesaría el base en una rueda de prensa que ofreció para salir al paso de tan malos resultados- simplemente somos jugadores de Basket.

Casandra, pese al contrato blindado, se avino al cese por menos de la mitad de la indemnización que le correspondía, pues así lo había visto en uno de sus sueños que ocurriría y, elemental, no iba a ser ella quien se contradijera. Se limitó a contestar las preguntas de los periodistas con que ‘sólo quien desconoce a dónde se conduce, puede actuar libremente y alcanzar el triunfo sobre lo imponderable’.

De un sitio a otro, en plan turista, anduvo Casandra mientras le duró el dinero. Estuvo en Grecia y en Italia. Pasó de ligero por Islandia y Portugal, y finalmente recaló en España, víctima de los estragos comunes de la tercera edad que con tanto éxito se alivian en las costas levantinas, donde, por mandar allí los de siempre –gente cultivada- ya conocían de sus dotes patro-cínicas (barbarismo), esas que de inmediato puso a su entera disposición.

Por Valencia –sabemos- Casandra tonteó lo suyo entre los consellers de la antigua taifa, reconquistada por el mismísimo Cid Campeador, como Casandra les recordó a los olvidadizos cristianos del lugar, reconvertidos en mercaderes fenicios. Lo mismo fue que les prometió el oro y el moro (o el oro del moro), mas advirtiéndoles de que, igual que don Rodrigo Díaz, de él disfrutarían después de muertos. Es decir, lo gozarían, apartados ellos, sus herederos, familiares directos y amigos de ocasión, quienes, en laico derecho, no se juzgan por los errores del padre y del líder, pues todo se hereda menos la hermosura, así lo enseña el refrán y se hace más visible aún en las caras agrias que suelen poner los deudos cuando se les interroga sobre los confusos avatares del muertos, para ellos –aseguran- todo un misterio inaccesible.

Desde la próspera Valencia, donde ya no precisaban de sus servicios, pasó Casandra a Toledo, capital imperial y en cuyas fraguas se forja el más duro acero. Vencieron en Castilla sus conversos, no más fiarse y entregarse a los peores augurios de ‘la maga’ (pobre Cortázar), que si incluían darles el gobierno, también les entregaba –se quejaron- un lugar tan devastado y mísero, que hasta las retornadas golondrinas colgadas de los altos balcones, si antaño respetadas por ser ellas quienes libraron de las punzantes espinas la lacerada cabeza de cristo, ahora se servían en el plato de los más pobres, compaña de unas tristes migas cocinadas aprovechando las áspera cortezas de un pan de molde enmohecidas.

Pero Casandra, ¡Ay!, continuaba sabiendo jugar sus cartas con fortuna, y así fue como una buena mañana, mientras los demás dormían el plácido sueño de los estómagos vacíos –una vez puesta de moda la hidalga manera de levantarse de la mesa en la que apenas si reluce algo de cena, sentenciaban con voluntad gallarda: ‘de grandes cenas están las sepulturas llenas’; una mañana, decíamos, Casandra huyó a escondidas de las riberas del Tajo y se vino a vivir a Madrid, donde fue recibida con tan grande alharaca, que a poco de llegar, ya era venerada como una santa. San Mariano, la castellanizaron, y Rajoy la apodaron, por amor, de no levantar la liebre, ya que estando la situación tan crítica, más de uno habría de gustar echarla en su propia cazuela.

Con todo, no vayan a creer que aquí se acaba la historia, señores, pues la misma no ha hecho sino empezar. Tanto es así, anatemiza el ahora san Mariano, que España –mi querida España, esta España mí, esta España nuestra, pero sólo en la canción de Cecilia- está a punto de ser intervenida (¡vaya oportunidad para recortar en sanidad!) por el famoso ‘caballo de madera’, en el cual -como bien sabe Casandra y, a lo mejor, también san Mariano- se alberga la traición, a España claro. Y ¿qué será de Casandra/san Mariano? Pues muy sencillo, se entregará a los brazos de Merkel-Agamenón, de cuya unión vendrán al mundo dos hijas: santa Dolores y santa Soraya, siendo su abuelo santa Esperancita. Pero, bueno, esta parte de la historia por venir (sin porvenir) mejor será si la siguen en Sálvame y… sálvese quien pueda.

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