lunes, 3 de febrero de 2014

...NALISMOS (cara A)



La noche que vi a Artur Mas y Felipe González dialogando alrededor de una mesa vacía, empecé a temer que algo malo se nos viene encima. Verlos tan conformes el uno con el otro, me dio por pensar que algo muy distinto y peligroso debía rondarle en los adentros. Y recordé, a la ligera, un añoso artículo de Rafael Sánchez Ferlosio donde, entre bromas y veras, mostraba (Rafael es incluso más prudente que Wittgenstein) la falacia de los diplomáticos que hablan y hablan y hablan hasta ponerse de acuerdo en un fotográfico apretón de manos, mientras a sus espaldas ya se están dando de hostias los de la una y la otra banda. Azuzaba a este menester innoble la sana riña española de bar. Aquí, ahí, los insultos son verdaderos escupitajos que sólo interrumpen en sus rosarios de ida y vuelta: eres...eso lo será tu padre- los momentos de emplazar a salir a la calle y pegársela como hombres. Sobra comentar que el tiempo transcurre a su aire y las botellas se vacían al mismo ritmo de las arcas de un Estado corrupto, así que cuando toca, en efecto, salir a la calle, es tan de noche, está tan oscuro, que ya no queda ocasión sino de recordar el tortuoso camino de regreso a casa, dando por obvio que mañana más.

Siempre he creído –y Robert Burton me daría la razón- que la mala baba, la castiza mala leche, hay que soltarla de inmediato, como el meo. Caso contrario –semen retentum venenum est-, la acumulación de la bilis –negra, amarilla o colorá- corroe las entrañas, agría el carácter y cuando por fin salta, lo hace en forma de disparate irresoluble. De modo que me hubiese gustado ver a González y a Mas perorar como dos viejas fieras corrupias que intentan arañarse y arrancarse los pelos (esto por pura envidia de sus frondosas cabelleras), así estuvieran en Sálvame y no en Salvados. Insultase. Amenazarse, mientras el inefable Jordi Évole volvía, vez tras otra, a llenarle los vasos de Blanco del Penedés  y Tintorro de La Mancha. En cambio, los miraba tan modositos, tan comadres en bautizo, que me entró el mismo miedo primigenio que a los bichos caseros al oler el humo, y todavía sigo corriendo camino de Gibraltar, que es cuesta abajo.

Ya sé: es cosa mía. Pero yo, por si acaso, les advierto sin por ello ser agorero. ¿Ya Quisiera!

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