domingo, 9 de febrero de 2014

EL IDIOTA



 Decía Marià Manent: nadie puede saber a ciencia cierta si ha sido o no elegido (prólogo a los poemas de Emily Dickison. Visor). Da igual para qué. El no saber ofrece esa ventaja para así hacer cuanto te venga en gana, pues si constas entre los elegidos, será que cumples con tu dever, y si no, ¿qué importancia –por no decir realidad- puede tener? Hagas lo que hagas. Dejes de hacer lo que no haces. Un principio de incertidumbre semejante es lo que sazona el gusto la vida.

Pero ayudaría mucho conocer si hemos sido seleccionados tanto como si no. Todavía más, para qué hemos sido elegidos en concreto o de qué se nos ha excluido a la fuerza. Por ejemplo, uno se sabe elegido para estar entre los idiotas que sostienen el mundo sobre sus anchas espaldas. Entonces, como nadie es idiota del todo: no te dejan, procurará adaptarse a su misión de la mejor manera posible. Se entrenará en el gimnasio, se dopará, cuidará su cuerpo con alimentos apropiados; en fin, se pondrá fuerte como un roble para que la carga del mundo encima no le doble en demasía. Y se tomará a sí mismo como alguien importante, destinado. Se sentirá reconocido: Mira ese idiota, lo cual le aportará una gran satisfacción. Serenará su alma, que de otro modo se mostraría inquieta, agitada o agitanada, y hasta podría ser que con ello provocara un movimiento sísmico de consecuencias desastrosas.

También pudiera ocurrir que quien quiera que fuese, no se conformara o conformase, obligándose a pensar que él no es un idiota. Craso error –sin duda ocasionado por su natural falta de entendimiento-, porque idiota lo es pese a todo, sólo que no está entre los elegidos. O sea, que es un idiota cualquiera, pero no el idiota de Dostoievski.

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