domingo, 5 de enero de 2014

UNA REFLEXIÓN EXTEMPORÁNEA AHORA QUE, PASADO REYES, RECOMIENZA LA LIGA



Antaño, los niños de España queríamos ser toreros. Para salir de pobres. Para ser más ricos que padre. No nos importaban las advertencias: ¡Mira que el toro es muy malo! Ni nos desanimaban: Hay un toro con tu nombre escrito en los cuernos. Porque en el fondo de los ojos de madre veíamos refulgir la admiración mientras sentíamos que padre se moría de la envidia. Tan poco nos bastaba para seguir queriendo ser torero de mayor.

Hoy, los niños de España –e incluso hasta los del extranjero- no sueñan sino con ser futbolistas y padre los acompaña a los entrenamientos. Madre no. Madre sufre tanto viendo las patadas que le arrean al niños los compañeros, que prefiera quedarse en casa los domingos de partido.

No quiero decir con esto que antaño fuese mejor que hoy: dios me libre de nostalgias por incumplimiento. Pero no me negaran que entre querer ser y entrenarse para serlo, hay una gran diferencia. La misma que nos impide equiparar al olvido con el fracaso.

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