miércoles, 1 de enero de 2014

PROPÓSITO DE AÑO NUEVO

A diario, después de las comidas, T. y yo nos enfrascamos en la misma y tediosa discusión, que por haberse hecho habitual, forma parte sustancial de nuestra retórica particular. Y estoy convencido que si un malhadado día nos olvidásemos de cumplir con ella, significaría, si no el fin de nuestra ‘sagrada unión’, si un cambio radical en la mismo y deberíamos volver a planteárnoslo todo. ¡Vaya usted a saber por dónde saldríamos.

No; no se trata de dirimir a espadas quién de los dos –ahora que de nuevo volvemos a estar solos, aunque, en honor a la verdad, en tiempo de los niños nada hubo de diferente- recoge la mesa mientras el otro se queda complacido ante el televisor, fumándose ese cigarrillo tan urgente de la sobremesa. Eso lo solemos hacer juntos o por turnos. De un modo u otro lo compartimos, si bien, por equidad, debiera hacerlo yo invariablemente, dado que T. es quien hace la comida –salvo contadas ocasiones; y lo de contadas no lo digo por la escasez numérica de la misma, sino porque T. siempre lo cuenta como algo extraordinario- y pone la mesa. Nuestra diaria disputa es nada más cuestión de método. Yo arramplo con todo lo que puede en un viaje y T. da más vuelta que un soltero sin suerte en una feria de muestras. A mí la pérdida de tiempo de T. me pone de los nervios. A ella le enerva el que me vaya a caer por el largo pasillo de la casa con tantos trastos encima. Yo le digo que deje de preocuparse de la salud de los cacharros. Ella me responde que no quiere que me vaya a ser daño si, como vaticina, me esparramo.

Como no les costará comprender, tal disparidad de criterios resulta en principio irresoluble y, al final, da lugar al franco enfrentamiento, cuanto más duro e independentista por provenir de liviana causa, la cual de inmediato cae al hoyo de la nada y sólo sobreviven las muy desafortunadas ‘cosas’ que nos soltamos el uno al otro entre tanto. Pero -ustedes que no lo sufren- ya estarán por considerarnos unos auténticos idiotas. ¡Así de sencillo, válgame la soleá!

Será, por el contrario, que no entienden nada o porque todavía no han llegado hasta aquí. Esto es, aún no alcanzan a saber que, sin Método, no hay pareja que se salve. Que por encima de los métodos o los pareceres de cada uno, sobrevuela y prima el Gobierno de la casa.

Podría recurrir al inefable Mao Tse Tung, a su adorable tesis sobre las contradicciones en el seno de la pareja –el chino decía del pueblo, más para el caso da lo mismo pareja o pueblo, por aquello (de mayor antigüedad) de la correspondencia entre el microcosmos y el macrocosmos- a fin de llegar a explicarme. Sin embargo, no lo considero necesario. Creo suficiente el que nos fijemos cómo se las maneja España para, al hilo de la comparanza, acordar que la estabilidad de nuestro matrimonio se asienta y se acrecienta en esas discusiones, de las cuales solamente sobresalen los detalles técnicos; cosillas, ¡vamos!, menudencias, pues a fin de cuentas, los platos terminan en el lavadero y la mesa: lista para ponerla de nuevo.

Da igual si una hace las veces del Gobierno y el otro, por yo mismo, oposita. Si quiere –por mal querer- ir de Pp o del Psoe. En realidad, intercambiamos los papeles con frecuencia para no resultarnos aburridos. Lo relevante es que el resto del tiempo -y miren si el día es largo- lo vivimos felices y contentos, como las criaturitas del campo de san Francisco. Aunque, luego, a la hora de la cena, vuelva la tormenta y nos discordemos de manera circunstancial, pues nos espera una noche eterna, y mejor pasarla juntos, amarraditos, así en la canción de la Pradera, por aquello de no pasar frío, en invierno, y porque nos gusta: el resto del año.

No sé, pero me asalta la dudosa sensación de haber perdido el norte. Pretendía aclararles mi matrimonio a través de la política bipartidista española, y resulta que he invertido la metáfora. Y es que el matrimonio es asunto para siempre, se mire como se mire. Vengan algunas aventurillas al alterar su constancia, mas por retornar con bulla al lado de ella, al lado de él, solicitando su perdón con humildad, pues, de conseguirlo, es como volver a enajenarse en el lodo del bienestar. Además, que para liarse con la Diez y el Cayo, hace falta, además de un valor admirable, una muy generosa caridad cristiana. Puedes amanecer en la cama con Fernando Savater, si no con el mismísimo Pepe Stalin travestido en Julio Anguita

O sea, que este año tampoco voto.

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