martes, 14 de enero de 2014

CRIPTEIA




Side A.  Dice Luis Buñuel: tal vez dios no era inteligente, sólo impulsivo (Max Aub. Luis Buñuel, novela). Y así debió ser. Más o menos desfavorable. ¿A dios o a los humanos? La inteligencia, supuestamente, es la cualidad definitiva de la Humanidad. Las otras especies que pueblan la Tierra –poco sabemos de la realidad del Universo- no son inteligentes, ni mucho menos. Si acaso, intuitivas e impulsivas. En esto se parecen más a dios que nosotros, a quienes –quien más y quien menos- no nos mueve sino una única intención verdadera: encontrar a dios o separarnos de él definitivamente. La esperanza o la desesperación, pero sin alcanzar a distinguir qué sería la una y qué la otra. Si la esperanza está en llegar a ver a dios un día, como el buen Machado, y la desesperación: la certeza absoluta de su inexistencia, así como quizá lo pensaba el otro Machado, el malo, quien, empero, era de comunión diaria pero vivía como dios no quiere: a trancas y barrancas. O todo lo contrario.

Con el palo o con la vela, pero tras el cura. Así expresaba lo mismo el agnosticismo sin militancia del Común, incapaz de plantearse mentalmente asuntos de tal gravedad, como si existe dios o no existe. Están los curas –metonimia de la parte por el todo; de la representación por lo representado- y ya es bastante, ¡por dios que sí! Matar al cura no es matar a dios, pero si lo que más se le parece. Los curas, por su parte, se defienden advirtiéndonos: no creáis en nosotros, creed en dios; mas, nosotros somos sus mandados. Todo irá bien mientras no abandonemos semejante Teatro. El mundo como voluntad de espectáculo, es cierto, tendrá su final esperado, valga la confianza. Incluso de la parte del mismísimo marqués de Sade: Quisiera que dios existiera para escupirle a la cara. La misma trampa; el mismo truco a los ojos de todos. Un único desenlace. Porque si la Obra tiene éxito, el Autor saltará al proscenio a recibir las alabanzas de un público rendido a su evidencia. Pero si no, será que la Obra no terminó todavía.

Entonces, ¿pa’qué escupir? ¿Sería inteligente? Se tienen todas las de perder. Basta discutir con un tonto para comprenderlo. Como con Luis Buñuel, que si no es tonto, es sordo. Y si no es sordo, se lo hace.

Side B.  Padre siempre se levantaba de la siesta vociferando que lo habíamos despertado.

Como coincidía con la hora de la merienda, el castigo al cual nos habíamos hecho merecedores tampoco variaba de un día para otro: Hoy no hay merienda.

Regresábamos al patio: hambrientos pero satisfechos por seguir la tarde lejos de la presencia de padre.

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