jueves, 2 de febrero de 2012

Excursus sobre el libro

+ Quien piense que el libro es un contenedor de ‘noticias’, las cuales hay que dar a conocer con la urgencia y la extensión requeridas por el caso, no se entera de nada; es un inope cultural.

Se mire como se mire el asunto, el libro es libro mientras permanece cerrado.

+ No le conviene al libro la metáfora gastronómica. Un libro jamás es, de por sí, el alimento del espíritu, por mucho que algunos de ellos, la mayoría, lleguen a provocar indigestiones.

Nadie resulta más detestable, aborrecible, falto de gusto y sensibilidad, que quien, conforme con ese transporte de sentidos entre comida y lectura –donde el termino privilegiado de la metáfora es la comida-, quiere completar el ciclo natural de la ingesta, y nada más terminar de leer ‘su libro’, cual mormón novicio corre a contártelo, lo cual es como cagarte encima.

+ El contenido de un libro se repite idéntico a sí mismo como tantos ejemplares se ‘tiran’ de él y, al cabo, acaba convertido en una vulgaridad manifiesta en boca de cualquiera.

No obstante, ello no constituye ‘óbice, valladar o cortapisa’ para que quien tenga un libro en sus manos no se sienta el dueño del Libro y ejerza su majestad recomendándolo pero jamás prestándolo.

Ocurre tres cuartos de lo mismo con el matrimonio. Cuantos y cuantas sobreviven de casados, advierten de sus condiciones favorables luego de cuidarse mucho de poner a salvo su ‘ejemplar’, diferenciando con claridad meridiana (las dudas asomarán con el tiempo) entre el concepto común y el objeto del cual ellos gozan en exclusiva.
Cierto que más tarde o más temprano aparecerá en la mente de los ayuntados el fantasma de la poligamia y la cosa quizá se tuerza como la rosca de un tornillo de tuerca: sin fatalidad. Pero esta cuestión apenas si atañe al amante del libro, pues él cuenta con la Biblioteca y la conciencia de que monogamia y poligamia son circunstancias antitéticas sólo si se dan a la vez.

+ Por todo lo cual, y por más que en otra ocasión recogeremos, el buen bibliómano, ese que tiene la manía de los libros una vez alejados de su mayor pecado: la instrucción, no teme la aparición del libro virtual y la piratería de la Red. Más bien la aplaude y se felicita por ella en tanto y cuanto hace del libro un objeto más raro aún de lo que ya es.

A la espera del día en que por fin los libros tengan una tirada de un único ejemplar: el mío.

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