jueves, 15 de octubre de 2015

SIN PRESENTE




a/ La Generación a la cual le arrebatamos las legumbres. Así lo proclama un spot televisivo para, acto seguido, recomendarnos la recuperación inmediata de los garbanzos, las judías, las lentejas, los guisantes, las habas, los altramuces o chochos para la merienda. La falta del habitual consumo de legumbres, sugiere la conocida marca *, está en el origen de la crisis. Y aquel, a su vez, en el olvido inmediato de la paternidad responsable.

b/ De esa falta de responsabilidad paterna va, aun cuando lo disimule, Sin presente, la última novela del francés Lionel Tran, publicada por Periférica. Padres que abandonan el domicilio familiar para vivir su vida, como Godard. Madres que caen en la depresión hasta que por fin recuperan su perdida sexualidad. Madres y padres, en fin, a los cuales cabe aplicar la frase de Hannah Arent que, con tendenciosa oportunidad, abre el libro: La autoridad ha sido abolida por los adultos y eso sólo puede significar una cosa: que los adultos rehúyen asumir la responsabilidad del mundo en el que han colocado a los niños. Quizá yo recuerde las largas ausencias de mi padre como un largo y confuso veraneo; algo así como las largas vacaciones del 36, de Jaime Camino, o El diablo en el cuerpo, de Raymond Radiguet. Después, tampoco lo he echado de menos, pues era lo obvio que, a pesar de todo, estaba ahí. Tan vigilante como atento. Pero para la generación de los deslegumbrados el descubrimiento final de la falta de padre ha sido como descubrir antes de fecha aquello de que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde, según Gil de Biedma, maldita sea. Se los llevó la vida por delante cuando volvieron a casa y Madre les sirvió lentejas viudas para almorzar.

c/ Me preguntó, aunque a nadie le ha de importar, qué motiva a flan Dhul para patrocinar un programa como Las mañanas de Cuatro, donde la corrupción es la estrella invitada.

d/ Se suele decir que la realidad supera la ficción, pero a lo que supera la realidad es al psicoanálisis. No basta el acto de contrición ni la confesión ni el propósito de enmienda. Sobre todo ello sobrevuela la realidad como es la de tener que sobrevivir permanentemente psicoanalizado. Casi a tu pesar, comienzas a comprender las relaciones de poder entre los que dirigen y los que llevan mono de trabajo. Un día oyes cómo un directivo le dice a un obrero que es un buen perro, reflexiona Chong, narrador de Sin presente, casi al final, luego de, dice, haber vivido diez años sin estatus social.

e/ Se asumía algo tan sublime como: La vida es un valle de lágrimas. El final de la guerra –cualquier guerra:...Al salir de la guerra, la generación llamada del baby boom se benefició de condiciones que permitieron un aumento global del nivel de vida...- y la no siempre pacífica publicidad, alteraron por unos años la metáfora y ya se vivía en el limbo de los justo. Sólo que tras ese periodo de transición aupado por los redentoristas extremos de uno y otro confín, no vino la recuperación del paraíso sino las vacas más flacas que la historia había conocido. Y como no se le podía echar la culpa al cha cha cha, recayó sobre unos “bienestosos” padres olvidados de las virtudes de las legumbres.

f/ Con todo, este Sin presente parece arrojar un saldo positivo: Vas a cumplir treinta años. Has vivido diez años sin estatus social. Te has alimentado sin ingresos. Has tenido la fuerza de fijarte objetivos, y de concentrarte en ellos. ¿De qué tienes miedo? No has muerto. No te has vuelto loco. Has sobrevivido. ¿Cuántos habéis pasado por eso?

g/ Ahora caigo. Concurso televisivo. El presentador, como es habitual, pregunta al concursante para qué quiere el dinero si gana. Un muchacho de voz meliflua y presencia estándar le responde con sencillez aplastante: Para tener más. ¿Cuántos habéis pasado por eso?

No sé si me gusta.

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