UN día como hoy, arrastrándonos años atrás, hubo un
sucedido que, pese a su pequeñez y liviandad, supuso eso que llamamos: un gran
paso para la Humanidad, entonces todavía inhabilitada, mas ya idea floreciente en la mente infinita
del Gran Arquitecto. Se dice -pues increada la Humanidad sobraba la Escritura
para dar cuenta de Ella- que transitaba un avejentado gusano por la tierra
yerma cuando tuvo a bien tropezarse con la única hoja de hierba crecida tras
las últimas e inopinadas lluvias primaverales y que, por el momento, constituía
la totalidad del agro en cientos de kilómetros a la redonda. Medía, la inoportuna
hoja de hierba, joven y verde por sus dos caras, apenas si unos trece centímetros
de altura y dos centímetros de ancho en la base, afilándose conforme subía,
para acabar así la hiriente punta de una flecha malsina que se abre camino
contra la tenaz resistencia del aire.
El gusano era largo y esmirriado, si bien venía
dotado de una fuerza descomunal, extraordinaria tomando en consideración su volumen,
aunque parte de ella la hubiese ido perdiendo con la edad, de modo que no se
sintió contrariado por el tropezón que le impedía continuar su calmada andadura
hacia el innominado, aún, Cementerio de los Gusanos, donde nada más se dejaría
morir en la dulce compañía de cuantos le precedieron en su viaje. Pensó, esto
sí, si más convendría con la finalidad impuesta, sortear la rara traba con que
la vida le cerraba el paso o si, por el contrario, sería mejor opción, acorde
con la fuerza de su destino, arremeter contra la erguida hoja que se le
atravesaba y pasarla por encima, como el caballo desbocado que tantas noches atrás
soñara ser. No tardó mucho en decidirse. Tampoco tenía ganas y, desmemoriado como
andaba a causa de su multiplicada edad, no recordaba con la exactitud apropiada
si lo normativo, y hasta decente, era adelantar por su izquierda o por su
derecha. Así que, envalentonado y distraído a la par, tiró por la calle del
medio, así lo deciden en parecidas circunstancias los temulentos de vuelta a
casa.
Se curvaba la hierba con el gravoso peso del gusano mientras
la encimaba, como un macho pardillo a la hembra acomodada de su especie. La
primera mitad le fue, en verdad, costosa, pues, en su imaginación, subía la
ladera de una empinada montaña, aunque también fuese que la frágil hierba
tendiera, entretanto, a aplastarse a su paso sobre la tierra atenta. Mas, una
vez se cruzó de hemisferio, todo le pareció más fácil al tozudo animalillo. Se
diría que comenzaba a resbalar sin necesidad de esforzarse en ello, conforme la
hierba se obligaba a recuperar su posición original y formaba como la armadura
de un arco tensado. A cada avance del ficho rastrero, más curva y más tensa la
hoja de hierba, hasta que, casi a punto de cerrar su hazaña aquel, ésta se
estiro, lo mismo que el reo que llevando la cuenta de los azotes de su condena,
suma uno de más y se rebela, lanzando al descuidado gusano por los aires. Hay
que dijo que voló como una grácil mariposa. Otros, que trampeó por el aire como
la hoja de papel arrugado que arroja el mal poeta al olvido.
Sea como fuere, el
gusano acabó cayendo allí donde había empezado: En el espacio y en el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario