viernes, 16 de octubre de 2015

Los argumentos de Zenón de Elea



UN día como hoy, arrastrándonos años atrás, hubo un sucedido que, pese a su pequeñez y liviandad, supuso eso que llamamos: un gran paso para la Humanidad, entonces todavía inhabilitada,  mas ya idea floreciente en la mente infinita del Gran Arquitecto. Se dice -pues increada la Humanidad sobraba la Escritura para dar cuenta de Ella- que transitaba un avejentado gusano por la tierra yerma cuando tuvo a bien tropezarse con la única hoja de hierba crecida tras las últimas e inopinadas lluvias primaverales y que, por el momento, constituía la totalidad del agro en cientos de kilómetros a la redonda. Medía, la inoportuna hoja de hierba, joven y verde por sus dos caras, apenas si unos trece centímetros de altura y dos centímetros de ancho en la base, afilándose conforme subía, para acabar así la hiriente punta de una flecha malsina que se abre camino contra la tenaz resistencia del aire.

El gusano era largo y esmirriado, si bien venía dotado de una fuerza descomunal, extraordinaria tomando en consideración su volumen, aunque parte de ella la hubiese ido perdiendo con la edad, de modo que no se sintió contrariado por el tropezón que le impedía continuar su calmada andadura hacia el innominado, aún, Cementerio de los Gusanos, donde nada más se dejaría morir en la dulce compañía de cuantos le precedieron en su viaje. Pensó, esto sí, si más convendría con la finalidad impuesta, sortear la rara traba con que la vida le cerraba el paso o si, por el contrario, sería mejor opción, acorde con la fuerza de su destino, arremeter contra la erguida hoja que se le atravesaba y pasarla por encima, como el caballo desbocado que tantas noches atrás soñara ser. No tardó mucho en decidirse. Tampoco tenía ganas y, desmemoriado como andaba a causa de su multiplicada edad, no recordaba con la exactitud apropiada si lo normativo, y hasta decente, era adelantar por su izquierda o por su derecha. Así que, envalentonado y distraído a la par, tiró por la calle del medio, así lo deciden en parecidas circunstancias los temulentos de vuelta a casa.

Se curvaba la hierba con el gravoso peso del gusano mientras la encimaba, como un macho pardillo a la hembra acomodada de su especie. La primera mitad le fue, en verdad, costosa, pues, en su imaginación, subía la ladera de una empinada montaña, aunque también fuese que la frágil hierba tendiera, entretanto, a aplastarse a su paso sobre la tierra atenta. Mas, una vez se cruzó de hemisferio, todo le pareció más fácil al tozudo animalillo. Se diría que comenzaba a resbalar sin necesidad de esforzarse en ello, conforme la hierba se obligaba a recuperar su posición original y formaba como la armadura de un arco tensado. A cada avance del ficho rastrero, más curva y más tensa la hoja de hierba, hasta que, casi a punto de cerrar su hazaña aquel, ésta se estiro, lo mismo que el reo que llevando la cuenta de los azotes de su condena, suma uno de más y se rebela, lanzando al descuidado gusano por los aires. Hay que dijo que voló como una grácil mariposa. Otros, que trampeó por el aire como la hoja de papel arrugado que arroja el mal poeta al olvido. 

Sea como fuere, el gusano acabó cayendo allí donde había empezado: En el espacio y en el tiempo.

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