sábado, 14 de septiembre de 2013

EL PRECIO DEL PAN -XI-




E
l Pan se cuece en la Noche, como el Sol. No pensaban los antiguos Nolanos –habitantes de la Tierra prohibida más allá de cualquier confín- que el Sol guardara una gran congoja –una pena sin alivio, como la del Cante- a causa del descuido que hacia Él mostraban, pues aunque el Sol se desvivía en favores con ellos, ellos lo rehuían, alojándose, mejor, en aquellos parajes que Aquel no alcanzaba a Iluminar a causa de los muchos obstáculos que los Constructores no cesaban de ponerle delante. 

Esta circunstancia, si bien valió para que los Nolanos idearan las primeras Ciudades (la Ciudad de Sombra, la de Penumbra, la de Ánima y, entre los Disidentes que ya presentían algún revés por contravenir el Diseño encontrado de la Naturaleza, la paradójica Ciudad de la Luz), también causó una gran confusión en sus cabezas, la cual sólo lograban explicar refiriéndose a la cercanía del Fin del Mundo, toda vez que el Sol, decido a darles un Escarmiento por sus continuados desaires, optó por marchar de Noland -como fue que se lo tomaron los Nolanos- para Siempre.
Y es que era de Noche[1]. Mas eso los Nolanos no lo conocían. Nunca el Sol se había ausentado de sus vidas tantas incontables Horas. Jamás la Obscuridad había sido tan completa y duradera como lo era en esa originaria y horrible Noche de los Tiempos. Y sólo entonces cayeron en cuenta. Lo nombraron. Dijeron Sol. Lo repitieron y volvieron a él como quien reza. Pero el Sol, viéndose endiosado, perpetuó su Ausencia.

Generaciones de Nolanos perecían en la espera. Clamaban los vivos y olían mal los muertos. Los Gobernantes decían que su Silencio era Prudencia. Tampoco los Sacerdotes hablaban. En el aire: el silbido de las respiraciones asmáticas de los Convalecientes.

Era, en verdad, el Fin del Mundo cuando, de lo más profundo de la Noche, de Allí donde parece perpetuarse la Nada, vinieron con el Pan –bajo el brazo- los Panaderos[2].

Siete hogazas por siete veces –lo cual hace un total de cuarenta y nueve panes[3]- le ofrecieron al lejano Sol su elaborado Tributo los Panaderos, y Éste, aun cuando no terminaba de cerrar su descontento, sintiéndose todavía agraviado, quizá sólo por vanidad se avino a volver de nuevo a Noland y allí mirar con qué le regalaban los nolanos.

Se satisfizo el Sol de aquellos panes a fuer de que lo imitaban en su forma y en su dorado esplendor. No cabía de contento en su Hermosura, brillando como nunca antes había brillado[4]. Y entretanto, se hizo el firme juramento de no volver a faltarle a los Nolanos, o a cuales fuesen desde entonces sus descendientes. Mas, había sido picado en su Amor Propio[5], y eso no hay dios que lo perdone. Recelaba, además, de la constancia de los hombres y de lo poco que tardan en echar al olvido el recuerdo de sus malas acciones. Así pues, convino consigo mismo –nadie más estaba a su altura- mantenerlos permanentemente en vilo. Estar pero para luego irse dejando a los Nolanos en el Terror más grave del Día y la Noche.

Porque: ¡Ay de ellos! si una Noche cualquiera dejan de cocer el Pan que al abrir el Día ha de estar ahí para recibirme.


[1] Enrique Morente.
[2] Los Panaderos vivían en un Aparte de Noland debido a su continuo trato con el fuego, atizado por los demonios en las entrañas de la Tierra.
[3] Cuyos nombres ya figuran en el Libro de los Muertos.
[4] En algunas mitologías se tiene la jornada de la vuelta del Sol a la Tierra como el comienzo del Verano.
[5] El peor de los amores.

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