viernes, 23 de marzo de 2018

IN-ACCIÓN DIRECTA



La facilidad con que el adverbio “ya” se posiciona en el tiempo resulta francamente desconcertante. Se podría escribir de él que limita y roza con lo tramposo, así el comodín, el joker, en un juego de cartas o la ‘última palabra” de un Tribunal Supremo haciendo jurisprudencia de lo que llamaba a su puerta como una variable muy dudosa: Cosas de abogados. De una parte, “ya” goza de una autoridad incontestable: ¡A la voz de Ya!, grita el sargento instructor a los reclutas anonadados provocándoles una obediencia inmediata. De otra, también está donde está como la posibilidad entre un millón de una máquina tragaperras. ¡Ya voy!, responde el Bartleby que no es el de Melville a la enésima requisitoria de su superior inmediato. Parece, así el estado de la cuestión, que “ya” convocara al unísono la acción y la in-acción, compuesta por mitades iguales de urgencia y pereza. Quizá, se me ocurre pensar, sólo sea una metáfora, extremadamente concisa para merecer su deconstrucción, de la indecisión de quien tiene que esperar a deshojar la margarita porque (ya) no confía más que en el azar.

La misma Real Academia Española así lo admite y, en consecuencia, permite el uso irregular del mismo a expensas del buen entendimiento y a la colocación adecuada de sus usuarios, mientras ella, la Academia, se mantiene al pairo, no cediendo a la tentación, al menos por una vez, de separar lo correcto de lo incorrecto al dictado. Ya lo hará cuando menos se lo espere. Así, refiere que tanto puede emplearse con respecto al pasado, al futuro y, como no podía ser menos, al presente, pues siempre es desde el presente desde donde se habla. En concreto sostiene la RAE: 1. En tiempo u ocasión pasados. 2. Inmediatamente, ahora mismo (el sargento enfático) 3. En el tiempo presente, haciendo relación al pasado. 4. En tiempo u ocasión futuros. Todo lo cual sirve para que la supuesta acción que tuvo, tiene o tendrá lugar en el transcurso del tiempo, quede suspendida en su veleidosa concreción como estructura gramatical, o lo que se entiende mejor: frase hecha sin carácter sentencioso que obligará o no obligara a su exacto cumplimiento, conforme convenga.


Pueden verse claramente las oportunidades que “ya” ofrece. Tanto como invita a hacer lo que se debe hacer: “ya lo hago”, , y hacerlo “ya”, en el momento de su pronunciamiento, así es que también lo deja pendiente: “ya lo haré”, a la cola, tal que una promesa de buena voluntad. Como para fiarse. En realidad, el “ya lo hago” no significa, casi nunca, “ya” lo estoy haciendo, pues sobraría. En este caso, el “ya” introduce en el presente de la supuesta acción inmediata indicada, como un motivo de resignación. “Tengo que hacerlo, pero no en este momento, cuando tenga ganas”; y “ya” se sabe que las ganas –o por ser sinceros, la desgana– vencen siempre sobre la más firme voluntad. Lo contrario será menester conforme de cristianos sacrificados.


El “ya lo haré” tampoco determina ningún momento para la acción. Es un retardo que, luego, se suele achacar a la desmemoria (el azar ignoto) su incumplimiento y al amparo de que el futuro, como la revolución que significaría adelantarse a él, siempre queda por delante. Se me olvidó. Pero no se preocupe, “ya lo hago.” O sea, que volvemos a estar como al principio de todo por obra y gracia de un bendito adverbio. Nos reinstalamos en el momento preciso en el cual deberíamos decidir. Cosa que sólo hacemos –o no, claro– nada más damos con ese “ya” en pleno ejercicio de modificar su función principal, la de alterar la significación del verbo al cual acompaña.


Y “ya” acabo. No sé si habiendo dicho lo que quería decir o dejándolo para un mejor momento; cuando “ya” sepa qué quiero decir.

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