La facilidad con que el adverbio “ya” se posiciona
en el tiempo resulta francamente desconcertante. Se podría escribir de él que
limita y roza con lo tramposo, así el comodín, el joker, en un juego de cartas
o la ‘última palabra” de un Tribunal Supremo haciendo jurisprudencia de lo que
llamaba a su puerta como una variable muy dudosa: Cosas de abogados. De una
parte, “ya” goza de una autoridad incontestable: ¡A la voz de Ya!, grita el
sargento instructor a los reclutas anonadados provocándoles una obediencia
inmediata. De otra, también está donde está como la posibilidad entre un millón
de una máquina tragaperras. ¡Ya voy!, responde el Bartleby que no es el de
Melville a la enésima requisitoria de su superior inmediato. Parece, así el
estado de la cuestión, que “ya” convocara al unísono la acción y la in-acción,
compuesta por mitades iguales de urgencia y pereza. Quizá, se me ocurre pensar,
sólo sea una metáfora, extremadamente concisa para merecer su deconstrucción,
de la indecisión de quien tiene que esperar a deshojar la margarita porque (ya)
no confía más que en el azar.
La misma Real Academia
Española así lo admite y, en consecuencia, permite el uso irregular del mismo a
expensas del buen entendimiento y a la colocación adecuada de sus usuarios, mientras
ella, la Academia, se mantiene al pairo, no cediendo a la tentación, al menos
por una vez, de separar lo correcto de lo incorrecto al dictado. Ya lo hará
cuando menos se lo espere. Así, refiere que tanto puede emplearse con respecto
al pasado, al futuro y, como no podía ser menos, al presente, pues siempre es desde
el presente desde donde se habla. En concreto sostiene la RAE: 1. En tiempo u ocasión pasados. 2.
Inmediatamente, ahora mismo (el sargento enfático) 3. En el tiempo presente, haciendo relación al pasado. 4. En tiempo u
ocasión futuros. Todo lo cual sirve para que la supuesta acción que tuvo,
tiene o tendrá lugar en el transcurso del tiempo, quede suspendida en su
veleidosa concreción como estructura gramatical, o lo que se entiende mejor: frase
hecha sin carácter sentencioso que obligará o no obligara a su exacto
cumplimiento, conforme convenga.
Pueden verse claramente las oportunidades que “ya” ofrece. Tanto como invita a hacer lo que se debe hacer: “ya lo hago”, , y hacerlo “ya”, en el momento de su pronunciamiento, así es que también lo deja pendiente: “ya lo haré”, a la cola, tal que una promesa de buena voluntad. Como para fiarse. En realidad, el “ya lo hago” no significa, casi nunca, “ya” lo estoy haciendo, pues sobraría. En este caso, el “ya” introduce en el presente de la supuesta acción inmediata indicada, como un motivo de resignación. “Tengo que hacerlo, pero no en este momento, cuando tenga ganas”; y “ya” se sabe que las ganas –o por ser sinceros, la desgana– vencen siempre sobre la más firme voluntad. Lo contrario será menester conforme de cristianos sacrificados.
El “ya lo haré” tampoco determina ningún momento para la acción. Es un retardo que, luego, se suele achacar a la desmemoria (el azar ignoto) su incumplimiento y al amparo de que el futuro, como la revolución que significaría adelantarse a él, siempre queda por delante. Se me olvidó. Pero no se preocupe, “ya lo hago.” O sea, que volvemos a estar como al principio de todo por obra y gracia de un bendito adverbio. Nos reinstalamos en el momento preciso en el cual deberíamos decidir. Cosa que sólo hacemos –o no, claro– nada más damos con ese “ya” en pleno ejercicio de modificar su función principal, la de alterar la significación del verbo al cual acompaña.
Y “ya” acabo. No sé si habiendo dicho lo que quería decir o dejándolo para un mejor momento; cuando “ya” sepa qué quiero decir.
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