Sólo la muerte –el vacío, la
nada– convoca un pensamiento puro, sin origen ni consecuencia, desinteresado. Sin
embargo, nos vemos forzados a valernos de las palabras del aquí y del ahora para
pensar la muerte y eso nos confunde. Las palabras, los síntomas más fieles a la
vida en curso, no pueden hablarnos de la muerte sin mentir. Hoy nieva y pienso
que la muerte es del blanco de la nieve. Pero en Madrid la nieve no llega a cuajar
nunca, y eso me trae de nuevo a la incertidumbre de la muerte. ¿Adónde va el
agua que se nos dio nieve? ¿Dónde se esconden la palabras que callamos al
morir? La nieve y las palabras desaparecen de la mano. Para entonces, la música
impide seguir la letra de la pegadiza canción que nos arrastra con ella.
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