“La
mierda escrita no huele”, le oí decir un día a Roland Barthes. Cuánto mejor
dicho, e igual, en el refrán sefardí que me recuerda Rafael Sánchez Ferlosio:
“Con dizir flama non se quema la boca”.
Pero,
¿es así como suena? De Sánchez Ferlosio tomo lo siguiente: “La palabra ‘perro’
no ladra se atreven a decir. En la fétida y repelente infinitud de perros que
los hombres alimentan no ha de faltar alguno que no ladre, pero si hay uno no
que puede absolutamente dejar de ladrar es el de la palabra que nombra la
especie.”
En
efecto: quien dice perro sin ningún perro a su lado, cerca, es porque ya
oye ladrar al perro que viene de lejos para morderle. Al menos así lo presiente
él.
(Un
¡ojo!: Se ha de tener presente que el perro –todos los perros pues- no saben
que por ser ladradores han de dejar de morder.)
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