La lengua del Tercer Reich
Moscas, demasiadas moscas para un único cazador de moscas
sobrevolaban Berlín.
Esa misma noche, los arrogantes nazis, uniformados y
borrachos como cubas de cerveza caliente, incendiaron el Reichstang.
-Vamos a buscar piñas al bosque –dijo mi
mujer-, que es más sano y más divertido.
(Notas extraídas de “el diario de camarero del bar
de oficiales del campo de trabajo de Buchenwald”)
17 de junio: De qué nacionalidad es Jan Kiepura? El
otro día prohibieron un recital suyo en Berlín. Entonces era el judío
Kiepura. Luego actuó en una película producida
por el por el consorcio Hugenberg. Entonces era el “célebre tener de La Scala
de Milán”. Más tarde le silbaron en Praga por cantar una canción alemana: Esta
noche o nunca. Entonces era el cantante alemán Kiepura.
(Más tarde me entére de que era polaco.)
El can ovejero del Rottenführer Rudolf Muller se llamaba Heil, pero los maliciosos
judíos del Campo le decían Circunciso, pues el can ovejero del Rottenführer
Rudolf Muller tenía el rabo cortado.
Pero pregúntese uno si pueden intercambiarse los epítetos
en combinaciones trilladas tales como “un oscuro fanático” o un “simpático entusiasta”,
es decir, si puede hablarse de un oscuro entusiasta y de un simpático fanático.
La sensibilidad lingüística se opone a ello.
Hoy nos han
llegado trece mil judíos nuevos al campo. Si todo va bien, es probable que mañana
ya no sigan aquí.
Recuerdo la travesía que
realizamos hace veinticinco años de Borholm a Copenhague. Por la noche nos habían
trastornado la tormenta y los mareos; a la mañana siguiente, protegidos por la
costa y con el mar en calma, disfrutábamos del sol en cubierta y esperábamos el
desayuno con ilusión. En eso, una niña que estaba sentada en un extremo del
largo banco se levanto, corrió hasta la barandilla y vomitó. Un segundo más
tarde su madre, sentada a su lado, se levantó e hizo otro tanto. Acto seguido
se levantó el hombre que se sentaba al lado de la madre. Luego un muchacha y a
continuación... El movimiento avanzaba con regularidad y rapidez, siguiendo la
línea del banco. Nadie quedó excluido. Faltaba mucho para llegar a nuestro
extremo: allí, la gente observaba con interés, se reía, ponía cara de burla. Los
vómitos se fueron acercando, las risas remitieron y la gente empezó a correr
hasta la barandilla también en nuestro extremo. Yo observaba con atención y me
observaba a mí mismo con igual atención. Que existía algo así como una observación
objetiva, decía yo para mis adentros, y que me había formado para ejercerla,
que había algo así como una voluntad férrea, y me hacía ilusión el desayuno...
En eso, me tocó el turno y me vi obligado a acercarme a la barandilla, como
todo el mundo.
Sorprende la
facilidad con que los judíos parecen adaptarse a su nueva vida en el Campo. Si
bien, entre ellos comentan que será por poco tiempo.
Después
de la catástrofe de Stalingrado, que tantas vidas humanas devoró, Goebbels no
encuentra mejor expresión para definir la inquebrantable valentía que la siguiente:
Aquí comienza a faltar de todo, menos el jabón.
(Mil años
después)
-Maestro,
¿qué es la espiritualidad?
-No seas
impertinente, chaval.
Pero el
chaval -que impertinente lo era: casi tanto como el aguijón de una avispa
codiciosa- desoyó con aplomo las palabras del Maestro y siguió preguntando.
-Maestro,
¿qué momento es el apropiado para alcanzar la espiritualidad?
El Maestro,
mostrándose condescendiente por una vez, le respondió.
-A la una, a
los dos y a la de tres.
A lo que ya estaba el chaval corriendo hacia ninguna parte. Y tanto
corría, que enseguida fue la nada y fue el todo en los ojos cegados del
Maestro.
Entonces, la
espiritualidad se hizo carne y mil años hará a día de hoy que dura su reinado.
-Volvamos a
buscar piñas al bosque –dijo mi mujer-, que es más sano y más divertido.
(en cursiva:
Victor Klemperer. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo. Círculo
de Lectores. Barcelona 2005
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