En la casa había una cocina y
un cuarto de baño, separados por un patinillo interior donde a veces tendían la
ropa.
En la cocina había un grifo y
otro lo había en el cuarto de baño. Pero si abrías el grifo de la cocina [porque
así fuera que ibas a lavar los platos] ya no salía agua por el grifo del cuarto
de baño. Y si, al contrario, abrías el grifo del cuarto de baño [para lavarte
las manos] el agua se cortaba en el grifo de la cocina.
La circunstancia puede parecer
incómoda, mas Concha y yo nos acostumbramos, casi nada más ocupar la casa, a esa
minuciosidad de los grifos, a ese extraño respeto que se manifestaban entre sí,
a su manera noble de compartir el agua. La cuestión era no tener que interrumpirnos
el uno al otro si íbamos al cuarto de baño o nos hallábamos en la cocina
fregando los cacharros, pues es muy engorroso que se corte el agua cuando te
estás lavando, tanto como dejar los platos y las cacerolas a medio limpiar, que
los restos de la comida se hacen costras y no hay manera luego de arrancarlas.
Sin embargo, tuvimos la
certeza de que este no tan pequeño problema había sido resuelto por los propios
grifos de la mejor de las maneras, y así era que si es grifo de la cocina
estaba abierto, producía un sonido bronco, como la tos profunda de los
fumadores empedernidos, y si, por el contrario, era el grifo del cuarto de baño
el que ocasionalmente manaba, dejaba oír un suave silbido, como de respiración
fatigosa, de pecho asmático.
Así pues, nos bastaba con escuchar
qué grifo sonaba en cada momento y esperar pacientemente a que, o bien Concha o
bien yo, acabase lo que estuviese haciendo.
¿Me creerán si ahora les digo
que gracias a entender el comportamiento de los grifos de casa nos fue de gran
ayuda para sobrevivir al matrimonio? Por turnos. La cosa funciona haciéndolo
todo por turnos.
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