Tienes cara de atrasado –me
dijo.
Pero yo pensé, y le contesté:
Atrasado con respecto a qué.
Vi que sus ojos se fijaban en
la cama sin hacer, y con eso me di por satisfecho.
Vi, al momento, que se empezaba
a desnudar, se quedaba desnuda y se me acercaba. Dejé de verla cuando la sentí
sentada sobre mis rodillas.
De tal guisa yo me encontraba
conforme y no tenía, pues, necesidad de adelantarme.
Ella, en cambio, enseguida
comenzó a removerse.
Me aburro –me dijo mientras
deshacía el nudo de mis brazos cruzados y arrastraba mis manos hacía sus
pechos.
Tampoco encontré desafortunado
su atrevimiento y no tardé en acoplarme con gusto a la nueva situación.
Pero ella, ¡Ay!, se seguía
aburriendo y se desesperaba.
Fue entonces que se apeó de
mis rodillas, me retiró las manos de sus pechos tibios y se dejó caer al suelo,
muy cerca, entre mis piernas, a las que separaba con furia para posar su larga cabellera
de pelo rubio escandinavo sobre mi sexo desprevenido.
En ese preciso momento mi
quietud se agitó como un gusanillo amenazado, pero no lo bastante para rebasarme.
Era todo tan perfecto, tan
serenamente perfecto como una marina amañada.
Un cielo azul de mediodía
La espuma chispeante de las
olas.
El dorado de la arena de la
playa.
Los cuerpos descansados de los
escasos bañistas.
Apenas si eran las dos de la
tarde, pero ya había adormecido para siempre.
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