jueves, 12 de mayo de 2016

SANGRO, LUCHO Y PERVIVO



A lo mejor fue el sabio Salomón o el menos categórico príncipe Priet Kropopkin, por no mencionar al temible Jean Saul Partre, uno de los tres hubo de ser, quien pronunció aquello de “mi libertad termina donde empieza la de los demás.” Una frase, inmejorable epitafio de un padre cruel, pergeñada, a mí no me cabe dudarlo, durante la fase optimista del sueño libertario y que debe su fama y repetición en las bocas de los asentados rebeldes de un día del ayer, no a su tino, sino a la generosidad con la que pone a los demás a la altura del yo latente en la misma. Todos al suelo.

El marqués de Sade, mucho me lo temo, no habría estado de acuerdo. Para el marqués de Sade la libertad era un exceso; atreverse hasta un mucho más allá de..; entrar en el territorio del otro, vencer su resistencia o su pasividad. Lo cual, pese a todo, no llega a estar del todo reñido con la advertencia salomónico-sartreana o el ruidoso principio libertario, aun cuando en su sencillez  bien que parezca que lo conculca, pero no a patadas, como sería lo suyo. La línea divisoria entre la libertad propia y la ajena es como una frontera en tiempos de guerra entre dos países vecinos: el objeto del litigio. Si una de las partes no se tomase la libertad de cruzar esa línea -¡allá motivos tenga¡-, no alcanzaría a sentirse libre en verdad, como no cabe de otra forma. Y si la otra no se le opusiera con igual o más afán concebible en un ser libre, no andaría ejerciendo su libertad de ninguna de las maneras.

El asunto, como ven, es más complicado de lo que nos gustaría. Está ya en nuestro origen y contiene la suma de todas nuestras cuitas, más tarde humanas. Y todo porque un buen día, allá en la antigua Grecia, a Eurípides le dio por, en su enfrentamiento con los otros comediantes de la gloriosa Atenas, que no lo soportaban, sacarse de su tórrida sesera, la metáfora más banal de todos los tiempos: La vida es lucha (y despiadada, profundizaría en las palabras del abuelito un poeta catalán siglos más tarde. Pero lo peor quizá no fuera esto. Lo peor fue que al de Salamina –de dónde si no- le dio también por introducir en sus comedias algunas nociones de igualdad. Por ejemplo, que las mujeres son fuertes y los esclavos, no tan ignorantes de como se los mira. Bien que fuera porque, como dice Claudio Magris (No ha lugar a proceder), “la imitación es un proceso fundamental en la evolución; un mono imita a otro que ha sido capaz de coger un fruto difícil de alcanzar, repite el gesto hasta que el gesto es suyo, su naturaleza.”  Claro que, antes de Cristo, momento en el cual el mono recibe la absolución a su ser simiesco, todavía no rendían dividendos los derechos de autor. 
(a Mario Zorrilla Rojo)

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