lo que no está lo que falta lo que tenía que estar y no está lo que no
debía faltar y falta no hay mayor prueba contra las cosas como son
las colecciones de lo que sean jamás se cierran nunca llegan a estar
completas exactas pero no es sino por esas piezas de menos que aún no están que
se esperan que se buscan con manía y desesperación que son y se hacen las
reunidas colección mientras tanto y así sucesivamente
un día tras otro a diario como una obligación o como una promesa la
promesa del coleccionista insatisfecho un amigo londinense se fotografiaba en
un fotomatón callejero un día y otro día y todos los días como una devoción
hacia mí cumplimentando nuestra amistad lejana me enviaba una de esas fotografías
adheridas con firmeza a una cartulina dura resistente imperecedera de 10x15 cm
por correo ordinario tarjeta postal en la cual por una de sus caras blancas
estaba él y por la otra la reina de Inglaterra joven luciendo lozanía yo
recogía el correo separaba de sus envíos los otros los guardaba en una caja
azul dedicada expresamente a ellos fotografías de había escrito en la tapa con las letras de
una vieja imprentilla así durante tres años mil doscientas noventa y cinco días
mil doscientas noventa y cinco tarjetas con fotografías de él que apenas se
diferenciaban las unas de las otras y estampas de la reina siempre la misma aunque
su precio el precio de esa estampilla coloreada que le permitía viajar por el
mundo evolucionaba cada equis tiempo de menos a más como muy remotamente la
había pasado a los monos
a lo mejor por este incremento en el precio del correo postal o porque
la reina inglesa estaba envejeciendo y ya gustaba poco de tanto vagabundeo de
un confín a otro confín o porque cansado viejo desatendido se sentía también mi
amigo londinense como su reina o porque había matrimoniado y su mujer no quería
compartirlo con nadie o porque los carteros de moral siempre dudosa se pusieron
de huelga indefinida por una vida mejor para ellos y sus familias certificadas el
caso fue que el primer día del que debía ser el cuarto año de tan extraordinaria
correspondencia bajé al buzón y lo hallé vacío como un soufflé y así me volvió
a suceder al día siguiente y al otro y otro y otro tiempo durante el cual sólo era
capaz de pensar del modo egoísta característico de los coleccionistas que mi
colección iba a quedar incompleta como pasa siempre con la vida de los otros
cuyas razones para desaparecer mejor que nos sigan siendo desconocidas cuanto
más largo mejor
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