(Glosa) El proceso que culmina en la Justicia es un
doble reflejo que proyecta la norma de acción como criterio para el juicio y
retrotrae las reglas del juicio como criterio exclusivo de la acción. Y así, “mala
acción” se identifica con “acción punible”: la acción punible será siempre mala
y no habrá otra acción mala más que la punible. La Justicia anticipa hipotéticamente
veredictos de culpabilidad (sería impropio decir “de culpabilidad o de
inocencia”, pues no hay simetría: no cabe “veredicto de inocencia”; quien
resulta inocente escapa simplemente al veredicto y a la Justicia misma), que
serán ya la única norma de la acción, como una alfombra solapada bajo un suelo futuro.
La Justicia es un cepo en el camino, que prejuzga como “malos pasos” los de
quienquiera que vaya a caer en él. Los pasos de la acción ya no son malos por
cosa que ya lleven en sí mismos; sólo lo son porque van a toparse con el cepo
que les ha preparado la Justicia. El presupuesto de la Justicia instituida ha
cegado y pervertido la moral, que se ha reducido ya sea a la tarea de formular
criterios razonados para el juicio, ya sea a la elaboración formalizada de esos
mismos criterios como normas de conducta. Arduo y remoto resulta ya siquiera
imaginar lo que sería una moral que se ciñese a reflexionar sobre los móviles,
las formas y los designios de la acción como tal, sin reflejar ni implicar de
ningún criterios para el juicio.
Ahora bien:
La leal recomendación “Ajústate a los hechos”, a
poco que se recalque, amaga siempre teñirse y aun virarse en el desleal y
tácito mensaje: “Doblégate a lo más fuerte”.
Vendrán más años malos y nos harán más ciegos.
(Campo de retamas. Pecios reunidos)
No hay comentarios:
Publicar un comentario