sábado, 4 de agosto de 2012

Discurso de la sierpe veraniega. 2ª entrega


Me lio. Ya ven cómo me lio si aflojan y me sueltan. Mas como soy una sierpe; una serpiente; una viborilla; (en sueños, sólo en sueños) una boa constrictor, no valgo sino para enroscarme sobre mí mismo e incapaz me hallo de llegar a meta alguna por fácil que me la pongan y por muy dopado vaya. No lo crean. Pónganlo en duda. Sencillamente me aprovecho de la astucia de la cobra –con quien al menos comparto lo sólito de arrastrarse- y así nada más arremeto luego de hipnotizar a mi posible víctima con los efectos de una prosa zigzagueante, como perdida y vaga. Una vez, entonces, el monto de circunstancias y el elaborado plan estratégico que les da lugar, me conceden todas la de ganar y nada que perder… sólo las caenas, querido primo Karl. 

Les confesé, poco hace, mi nulo desagrado y, en consecuencia, mi sincero agrado, mi satisfacción y mi rotunda complacencia ante el ¡Qué se jodan! –en la estela del ¡A por ellos! futbolístico-, llevado por la absurda presunción de que levantaría ampolla y por fin asistiríamos a un combate, dialéctico pero verdadero, entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal (y cada cual decida dónde se coloca al respecto) citadas en la Carrera de san Jerónimo, frente al otrora magnífico hotel Palace, donde tampoco entran las manolas, ni los manolos. Máxime cuando la ‘¡oh! dulce Fabra’ aclaró que no se refería a los parados (superiores en número), y si alguien de veras quería ella que se jodiera, que anduviesen jodidos y hasta escocidos, estos eran los socialistas, creo oírla haber concretado. Quizás a sabiendas o imaginándolo –aunque pusiera buen cuidado en guardárselo, como la esperanza en la caja de Pandora- que socialistas, comunistas y semejantes entes de la parte siniestra, de no existir el dichoso Parlamento (cualquier tiempo pasado fue mejor, añorarían en su ser más íntimo la niña y sus viejos), todos ellos, por gualdrapas, calandrajos, se encontrarían igualmente en el paro, si no en la cárcel o en el exilio. Que no fue esto lo que ocurrió ipso facto, ya lo sabemos, como mi frustración, a continuación, supuso una más de las muchas que, ¡Ay!, la vida me ha endilgado, aunque me salga cursi el dicho. Explicaciones si pidieron los del tendido de sol, claro, e inclusive reclamaron la dimisión de la susodicha ‘nieta del agüelo Pantorrilles’ –que de casta le viene a la cría la afición política-, pero nada de una contestación directa como la oportunidad requería. Nada de ¡Que se joda tu puta madre!  De tal padre, tal hija de puta. Guarra. Fascista. Etcétera y etcétera. Sino todo lo contrario. Entre los de sol y los de sombra hubo el acuerdo tácito de guardar la compostura, de no dejarse arrastrar, ya fuese por la ira divina como le corresponde a la  derecha bien plantada, ya por la furia arrabalera que domina el corazón y las entendederas de los catetos de la izquierda ponzoñosa. The rest is silence, declama un Hamlet moribundo mientras el asunto salta a la calle.

Venía de atrás el desengaño generalizado, pero casi con seguridad podemos fijar en esta eventualidad finalmente no sucedida, su mejor argumentación y el hallazgo del sentido que antes quizá no tuviera; que no pasaba de ser una sospecha, probablemente exagerada, como las que de suyo se dan en la relación de cualquier pareja, cuando uno de los dos contrayentes comienza a percibir ciertas anomalías en el comportamiento del otro respecto a las promesas hechas entrambos y su fidelidad a las mismas. No diré yo qué es consecuencia de qué. Si los indicios bastan para sostener la sospecha o si los efectos de la sospecha están en el origen de los indicios. Lo de responsabilizar al otro de cuanto le ocurre a los dos, consta en el más elemental de los formularios de la sobrevivencia personal, al menos desde que el psicoanálisis y el arte moderno (el uno era el otro y los dos eran ninguno por las ramas del laurel) pretendieran desvelar un yo continuamente violentado por las circunstancias, proponiendo como única ‘existencia verdadera (¡qué obsesión!), la individualidad más exacerbada y la poda radical de cuanto no es propio de cada individuo/autor. Rescate literal (apropiación, conceptualizará lo posmoderno), se me ocurre, del relato en que cristo, para librar de sus demonios a un poseído con el que se encuentra, los hace pasar milagrosamente de él a una piara de cerdos, pues los cerdos, cochinos son y de todo tragan.

Erudiciones aparte, lo que amago decirles es que si la canalla callejera ya venía de largo vociferando eso de Que no nos representan, que no, de un modo más sentimental que razonado, más por corazón que por cabeza, de repente vio confirmada su suposición en el silencio cómplice de esos sus supuestos compromisarios, a los cuales, no obstante, el compromiso adquirido parece importarle menos que a mí el robo de los moscosos, sobre el que ya volveremos cuando convenga. Por ahora es preferible seguir situándonos. Intentar saber dónde estamos y con quién nos las estamos jugand.
 (continúa...)

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