Nadie
feliz es escritor, dice Margaret Mazzantini, escritora y, por ende,
infeliz, y como acaba de publicar una
novela, Nadie se salva solo se titula, entiendo que trata de hacernos infelices
a sus deseados lectores, a efectos, claro, de que, todos, igualados por ella en
la infelicidad, podemos salvarnos juntos. La frase no pasa de ser una de esas a
las que llaman felices –curioso que las palabras sean felices y las personas
que la escriben no-, y a las cuales todo el mundo asiente con un sencillo y
conciso ¡Qué razón tiene! Pues bien, como tiene razón, o se la damos, que para
el caso viene a ser lo mismo, no vamos a discutir. Vamos a dejarlo como está y
ya veremos, con el tiempo, si la Mazzantini pasa a ser feliz y no publica más
novelas, cosa que le deseo fervientemente.
Lo que me preocupa de toda esta cuestión baladí es el
provecho que le pueda sacar doña Esperanza Cha-cha-chá y Gil de Biedma (sí,
como el poeta, primos carnales, por más que éste fuese un mucho gay y doña Esperanza
esconda el parentesco en el armario) en eso tan suyo de la aplicación de
recortes en la educación. Pues, vamos a ver, si nadie es feliz cuando escribe
y, por osmosis inevitable, nadie es feliz cuando lee, lo más caritativo no
puede ser sino eliminar el enseñar a leer y a escribir. O sea, cargarse
definitivamente la enseñanza pública y gratuita, porque también es admisible
que si, pese al esfuerzo de las Autoridades en hacernos dichosos, hay quien
quiere no serlo escribiendo y leyendo, que lo pague.
Como están las cosas en casa, hay que tener mucho cuidado
con lo que se escribe y no malgastar las palabras al tuntún.
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