martes, 7 de septiembre de 2021

DE LIBROS


Dice Alejandro Zambra: Se lee debido al deseo, al afán de pertenecer a una familia, a un clan; a una clase; a un partido; en fin: a sumar en la multitud. Eso es lo que dice Alejandro Zambra y, por mi parte, me limito a repetirlo, a copiarlo, como en los periódicos, porque no me acaba de convencer. No me convence que por leer a Alejandro Zambra –de quien, por cierto, sólo puedo hablar cosas buenas– sea que busco sumarme, uno más, al grupo de lectores de Alejandro Zambra, de la literatura chilena, de la literatura sudamericana y ni siquiera de la literatura universal. Mejor si les confieso que los libros que más me provocan son aquellos en los que ni siquiera imagino que pudiese caber yo ahí. No me veo en las situaciones que se representan en los libros que leo. ¿Por qué creer que se escribieron pensando en cuánto me gustaría encontrarme en él; pertenecer a algo que ya funciona perfectamente sin mí? ¿Qué pintaría, yo, por ejemplo, en La metamorfosis de Kafka? Me consideraría una mala persona si, dado el caso, no hubiese hecho cuanto estuviera en mis manos para evitar que Gregorio Samsa se durmiera y despertase transformado en un bicho horrendo y asqueroso O en Últimas tardes con Teresa. Lo cito porque yo aún sigo con Teresa y nunca llegamos a esa última tarde de entre las ultimas en que deberíamos decirnos adiós por culpa de un guión que escribió Juan Marsé sin preguntarnos a ninguno de los dos cómo nos iba a ir más adelante. 

He oído comentar a muchos lectores eso de Un libro me cambió la vida, pero a ningún escritor le escuché decir Un lector me cambió el libro. Y esto ocurre porque todos los libros son objetos del pasado. Un ente, o una realidad, que nace cadáver, y el papel del lector se resume y concreta en el del voluntarioso asistente sanitario aficionado que trata inútilmente de insuflarle aliento, de devolverlo a la vida. A la postre, será el lector quien cargue eternamente con su falsa culpabilidad: Hice cuanto pude. No pude hacer más. Pero se mantendrá en su empresa salvavidas. Volverá a los libros que supuestamente le van a cambiar la vida, como la golondrina al balcón becqueriano. 

También he pensado mucho acerca de la estúpida pregunta: ¿Qué libro se llevaría a una isla desierta? Y como ninguno de los interrogados entrevistados, más preocupados todos ellos por quedar bien ante la audiencia y por sentar el canon de su conocimiento, que por ser precavidos ante tan desasosegante situación, respondía: Un manual de sobrevivencia, he llegado a la obvia conclusión de que el lector perfecto, ese héroe que todo libro añora, en efecto, sólo sería feliz, plenamente dichoso, si en tal situación se viera, pues más tarde o más temprano, se vería, obligado por las circunstancias, a alimentar un fuego con las hojas de ese libro que logró rescatar de la tragedia y le hacía dulce compañía. Por fin se encuentra no solamente a solas, sino también ausente, apartado, caído, desprendido de la masa muscular del mundo al que la quema de ese libro le ha conducido. De modo que, sin llegar a saber bien el porqué, tengo la sensación de verme forzado a llevarle la contraria a Alejandro Zambra, postulando –esto es, argumentando sin pruebas a favor– que no es “pertenecer a” la pretensión primera y última del lector, y sí lo ‘completamente otro’ (pinche Luis Castro) de ausentarse de todo cuanto pudiera desensimismarlo (ya la palabra es dudosa), apartarlo de un sí mismo del cual atisba alguna posibilidad de existencia. Ya es, no digan que no, un movimiento iniciático que tuvo lugar al escoger el libro al objeto de separarse del mundo real; al preferir la historia vencida a la vida en ciernes. Así será que sólo si logra desembarazarse de ese ejemplar que tanto le sujetaba, comprenderá que ha alcanzado la plenitud del Ser, el Nirvana o la más ancestral Bobería. Lo malo es que no tendrá ocasión de contárselo a nadie, pues nadie está con él para celebrarlo juntos. Y, peor todavía, será que, ante la falta de lectura, nazca un nuevo futuro escritor, a quien, si la suerte le acompaña, si la fortuna le sonríe, alguien –pienso en Vila Matas y sus escritores del no– acabará rescatando de las páginas blancas del olvido; libro del cual aún queda casi todo por escribir.


No hay comentarios:

Publicar un comentario