Ya lo dijo quienquiera que fuera, un descerebrado
aviador o el buzo que perdió su preferencia por las profundidades poco turbias
de una piscina olímpica: La literatura, amigo mío, no es sino la exageración de
una sospecha. Y ahora, cuando todo se ha vuelto sospechoso, todo ha de devenir
literatura.
Al modo “oximonoroso” de la ciencia-ficción
(‘razones tienes la ficción que la ciencia ignora), ya nos cabe hablar sin
extrañeza alguna de la literatura-ficción; esto es, de una ficción que se desarrolla
a expensas de la literatura [habida y por haber] o de una literatura que tiene
la ficción como su abrevadero, a fin de que cualquier parecido con lo real siga
siendo purita coincidencia. En cualquier caso, quien haga de hembra hambrienta
en esta coyunda entre mantis religiosas, poco nos importa, habida cuenta de que
Faón (protagonista sumado de Kwass) es un andrógino visible.
Porque hablamos de Kwass o el arte combinatoria, novela sin novelar -hasta falta la
paginación que nos conduciría a través de la historia en ciernes- de Diego Luis
Sanromán, donde todo se disecciona menos esa androginia primigenia, que es el
sueño más recurrente del lector pajillero de la cosa pornográfica. No obstante,
a mi parecer, y pese a los muchos regodeos que pueda provocar en los genitales,
Kwass no es un artilugio erótico[i]. El
postureo impide que cada cual haga su trabajo, dice ‘el guiñol’ en algún
momento. El que ‘la cosa’ asome desde el primer episodio, tampoco ayuda. Y, por
último, en este orden casual, la fragmentación provoca sobresaltos, a veces complacientes
con la puesta a punto de la maquinaria sexual, pero otras desarmadores, así
suele ocurrir cuando se alcanzan los atrevimiento sin un largo y ponderado entrenamiento.
Puestos a comparar, que es lo que a mí me gusta, yo
lo haría con el, en apariencia, estrambótico menú (de aquí lo del arte de combinar) de un magnífico restaurante
de nueva cocina. Aquí, lo oportuno no es hartarse y ni siquiera comer. Lo suyo
es degustar los platos –de los que no se puede repetir ni en mala hora- como degustar
de la lectura es lo que nos ofrece Kwass. Catar apenas si con la punta de la lengua
apretando el cielo de la boca. Silabear las palabras que se acoplan con la
seducción de un bolero. Y retrasarse, retardar lo más posible, todo lo que el ansia
nos permita, la venida de la última página, el gran estertor y los fuegos de
artificio, sobre todo en estos tiempos en los que anda prohibido echarse el cigarro
postrero in situ.
[i] Leo más al incisivo Bataille y al bromista
Apollinaire que al cansón marqués de Sade. Menos de enseñanza que de
distracción.
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