Un
cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo, recibe un empuje
de abajo hacia arriba igual al peso del volumen del fluido que desaloja.
Menos
cando se trata dun terrón de azucre ou dunha bolsiña de té, me
dice a la oreja, como el astuto demonio al niño comulgante, el galego sabio a
quien le he realquilado una buena parte de mis enten-dederas.
Vayamos por partes, le
contesto harto de sus constantes intromisiones en los momentos en que, sin nada
mejor por hacer [T. no está conforme y me señala la mesa sin recoger], me pongo
a pensar mientras fumo y pareciera –mejor- que contemplo las musarañas. En primer
lugar, el fluido debe estar en reposo y no agitado por los requiebros de la cucharita
indecente que lo hace rebalsar. Luego, tampoco tengo muy claro si un terror de
azúcar, como cuerpo tangible, goza de las mismas propiedades entero y una vez
disuelto. Y de la bolsita de té, lo que se queda es la esencia, que poco cuerpo
gasta. No me valen tus ejemplos, galego del alma mía.
El silencio profundo al que
el galego se castiga, me permite seguir con mis reflexiones al respecto de un
principio al cual debemos tener por indudoso (me gusta más que indubitable,
pues este término me suena a chicle), en especial cuando conviene y sostiene la
propia reflexión.
No pretendía yo, como es
obvio, cuestionar en modo alguno el teorema del gran Arquímedes, pues de física
entiendo poco: lo poco que me enseñaran en el bachillerato, sino aprovecharlo
para ver si era aplicable al hecho mismo de pensar, reformulándolo más o menos
así: Un concepto total o parcialmente
sumergido en un pensamiento en reposo, recibe un empuje de abajo hacia arriba
igual al peso del volumen del pensamiento que desaloja. Teniendo por
metafórico que el concepto es un cuerpo sólido y el pensamiento, los pensamientos,
el fluido [tal como lo ve Zygmunt Bauman] en el cual se mete el concepto, como
un nadador en una piscina climatizada.
É vostede un puñetero culterano, oigo de
nuevo del galego la impertinencia.
Las metáforas, querido
amigo, van para futuros axiomas –le contesto y vuelvo a lo mío, convencido, a
la par, de que el tolo disparaba menos contra mí que contra la propia Física.
No se sí conocerán -supongo
que sí, no soy tan pretencioso como para creerme más enterado que nadie- la
placentera circunstancia en la cual ‘nadaba’ el siracusano en el momento de la
enunciación. Se encontraba –dicen sus biógrafos más atrevidos- en la bañera. El
agua le alcazaba por encima de las rodillas, pues permanecía erguido mientras
se enjabonaba el pecho, la espalda y, con especial atención y cuidado, las
axilas, el sexo, la barba y la melena, es decir, las partes velludas del
cuerpo, allí donde se suele refugiar la mugre del irrefrenable escrutinio
higiénico. Al rato, quiso aclararse, y a tal efecto se sumergió por completo en
la tina. Se debió enfriar el agua en el ínterin, pues fue vista y no vista la
inmersión. Saltó fuera como impulsado por un resorte, como si el secador del
pelo, enchufado en mala hora, se hubiese caído al agua y Arquímedes recibiera
un calambre, pero de poca intensidad, dado los recortes que padecen los
griegos. ¡Eureka! gritó, lo cual viene a significar ¡lo encontré!, ¡lo
descubrí, a lo mejor refiriéndose al maldito secador que lo había escaldado
como a un gato coscón.
Pues no. Lo que acababa de
encontrar, de descubrir, el físico electrificado fue, desde ese preciso
momento, su aclamado e irrebatible (lo uno por lo otro) Principio. Hecho que lo
llenó de felicidad y vació en parte la bañera, siendo esto último -comprender
que el nivel del agua subía y bajaba conforme el entraba o salía del agua- la
causa motriz del mismo.
La ciencia ha de ser
empírica o aburrida, de modo que ese día el viejo Arquímedes debió bañarse un
sinfín de veces para al final tener por certeza que siempre ocurría igual. Pero
las metáforas, como ‘en realidad’ viven en terreno de nadie, en tierra todavía
baldía, no requieren el costoso consenso de la experiencia. Y ni siquiera hace
falta creer en ellas tanto como en su apariencia o sugerencia. O sea, que si el
Maestro sigue llevando razón después de tantos avances, yo también la he de
alcanzar, y Un concepto total o
parcialmente sumergido en un pensamiento en reposo, recibe un empuje de abajo
hacia arriba igual al peso del volumen del pensamiento que desaloja. A poco
que me espere, como Calderón de la Barca hubo de esperar a Guy Debord para ver
transformado su metafórico Gran teatro
del mundo en el resabiado concepto de La
sociedad del espectáculo.
Seguro, como lo ha de estar
un buen discípulo, de saber de lo que hablo y de llevar entre manos un asunto
grave, me propuse –signo de mi engreimiento adquirido- tirar del hilo hasta
donde éste pudiese alcanzar, si el galego seguía a lo suyo sin molestarme.
¿Qué consecuencias pueden acarrear el hecho de introducir un cuerpo sólido en un fluido cualquiera, amén de ser un Principio elemental para la ciencia física y las formas del pensamiento? Pues, en primer lugar, que el fluido se derrame de su continente. En el caso del agua de la bañera de Arquímedes, la cosa sólo llega a constituir, y si acaso, un pequeño engorro: hay que limpiar, pues ya lo dijo Vicente Aleixandre: cuando el agua se va queda en los bordes. Además, es sabido que el agua acaba, mayormente, reencarnándose en agua. Pero al tratarse de un concepto introducido a machaca martillo en el fluido de los pensares, la cuestión se agrava con manifiesta crueldad. Ya no sigue el pensamiento su ciclo natural, como sería el recrearse a sí mismo, en pos de satisfacciones inmediatas que no dejan de estar a su alcance y son fáciles de apalabrar. Ahora el pensar consistirá en pensar (en, sobre, basta) ese concepto forastero de modo y manera que sea él lo que haga de nuestras cavilosidades presentes un pensamiento puro y, sobre todo, docto. ¿O no sienten que la cabeza se les va al pensar? Pues eso no es otra cosa que un concepto se les ha metido en ella y anda trasteando por allí, como el irpf en la nómina mensual.
No sé qué harán ustedes
ahora que lo saben, pero yo he decidido que de pensar para la Hacienda no voy a
volver a pensar en la vida nunca jamás. Porque si es posible desembarazarse del
concepto en buena ocasión, me dirán qué pasa con la mugre que dejó Arquímedes
en la tina donde se bañaba.
(A Carlos Lorenzo Gómez Tejada)
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