Particularmente,
este asunto a mí no me subleva. ¿Qué más dará –me digo entre cínico y
apaciguado por estos calores veraniegos que tumban bosques, aunque con cierta
ayuda externa ‘naturalmente’- que se reúnan, hablen por teléfono, se carteen,
se manden telegramas o tuiteen de manera desaforada, como adolescentes con acné?
Dios los cría y ellos se juntan, y entre mandos ¿qué problema hay? Además,
actuaron como cualquier persona sensata,
razonable y normal yendo a hablar en aparte, sin molestar a nadie con su
cháchara. Pero, como siempre estoy a mis cosas, sí me ha alarmado, me ha puesto
de los nervios la clasificación que hace el señor Rajoy de las personas, dividiéndolas
en sensatas, razonables y normales.
Hasta el
presente me bastaba con pensar que alguien –incluso yo- sensato y razonable era
normal. Lo bastante normal como para, en su estado natural, ser sensato y
razonable. Pero, por lo que veo, no debe ser así. Según nuestro querido
Presidente, la sensatez y la razón, en ese orden, no son categorías suficientes
para hacer de las personas unas personas normales. Sólo son normales aquellas
personas sensatas, razonables y, por supuesto, normales. Si se es prudente, por
ello no se es normal sino pusilánime. Se puede discurrir desde una razón obtusa
que no hace normal sino herético. Sólo quien es normal es normal.
Seguro que
el señor Rajoy ‘entiende’ la tautología, por algo es el presidente. Poco importa
si a los demás nos deja perplejos el tener que enfrentarnos al hecho de ser
unos anormales que se creían lo contrario por venir actuando sensata y razonablemente.
Porque ¡a saber a quién va a votar cuando llegue el día de botarlos! No sea
sensato. No sea racional. Limítese a ser normal, aunque no sepa lo que es eso.
Hay quienes sí que lo saben.
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