viernes, 21 de marzo de 2014

APOCALIPSIS A LA VUELTA DE LA ESQUINA



El número de ángeles es finito y constante. Hay, pese a ello, ángeles interinos ocupados en labores menores, como la distribución de octavillas con los cánticos al señor, renovados a diario, pues no falta día en que no muera un poeta y un músico en algún lugar del universo. Esta interinidad angelical de los cadáveres más hermosos y puros, escogidos preferentemente entre los jóvenes que caen en las guerras y en los accidentes de tráfico, es lo que permite a los ángeles de carrera seguir dedicándose a la guarda y custodia de los humanos.

Venía previsto desde su fundación, que cada humano dispusiera en vida de su ángel de la guarda, y la paridad se mantuvo a lo largo de los siglos. Si la población terrestre crecía de forma inopinada, bastaba un ligero ajuste –una pandemia, una contienda generalizada, la proclamación de una nueva ortodoxia que excluía del beneficio del ángel de la guarda a etnias enteras- para restablecer el debido equilibrio. Pero, en la actualidad, la situación parece complicarse y a ser alarmante. Los humanos se multiplican sin cesar y a su costa, y por el contrario, el número de ángeles permanece inalterable.

Como los ángeles poseen el magnífico don de la ubicuidad, la factibilidad de estar en varios sitios a la vez sin por ello verse mermados en sus facultades, en principio el problema se creyó solucionado al eliminar la exclusividad. Se pasó de un ángel de la guarda y su pupilo, a un ángel y su cuadrilla. Eso bastó unos años, pues, además, los ángeles podían delegar. Una vez formalizada la cuadrilla, establecían un escalafón de méritos y así, el que más arriba estaba se encargaba de la guía directa de su inmediato inferior, quien a su vez... etcétera. No era todo lo indicado que se debía, pero sí suficiente. Los humanos son tan influenciables. Como el pan, que lo mismo le da contagiarse del sabor, el aroma y la textura del caviar, la mermelada, un paté de oca o las escurridizas cremas de cacahuete y la nocilla.

Mas la población, ¡Ay!, siguió creciendo de manera harto desmesurada y ya amenaza con desbordarse, como las aguas en primavera. Algo con lo que dios no contaba y que está creando un profundo malestar en la plantilla celestial. Un ángel a cargo de mil, dos mil, tres mil terrestres, resulta del todo ineficaz. Mil, dos mil, tres mil terrestres malamente atendidos por su ángel, constituyen, sin duda alguna, un grave riesgo para los demás. Razones, pues, para vivir alarmados, temiéndonos lo peor, no faltan.

En las octavillas que, de uno y otro lado, reparten los ángeles menores y los humanos más viejos, puede leerse la última canción que se ha de escuchar antes del fin del mundo:

Y si el cielo se encuentra nublado,
no se ve relucir una estrella
los motivos del trueno y el rayo
vaticinan segura tormenta.

Y son, y son unos fanfarrones...

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